miércoles, 23 de abril de 2008

Mi historia de vida

Alejandra Kolman (estudiante del ISEF)
Prof. Fernando Acosta (núcleo de investigación)

De mi historia de vida me voy a detener en las características principales de diferentes etapas vividas. Esto es, cómo se ha ido construyendo mi sistema de creencias y valores actual acerca de la Educación Física; en qué contextos se ha ido formando; y por qué y qué personas o momentos han influenciado significativamente en mi desarrollo personal a la hora de la elección de la carrera.
Momentos de búsqueda y decisión: elección de la carrera.
Mi procedencia socioeconómica de clase media, de una familia de clase trabajadora, ha hecho que le dé importancia a valores como la responsabilidad y el esfuerzo, características que me transmitieron mis padres. Para ellos, el estudio ocupa un lugar privilegiado, ya que en la sociedad en la que vivimos o nos desarrollamos sin estudio “no sos nadie”. Así, antes de terminar el secundario, se me plantearon muchas dudas con respecto a la elección de una carrera universitaria, cosa que no creo fácil, pero que a la vez, es un paso muy importante.
Cuando termino el secundario (citar año) se vivía en el país un ambiente de inestabilidad económica por la suba del dólar. Este ambiente me condiciono a estudiar una carrera que se encontrara en Santa Rosa (La Pampa), cuidad en la que nací junto a mis padres y hermanos; actualmente vivo en General Pico.
Por un tiempo me dediqué a buscar información sobre todas las carreras que tenía disponible, al ver que no me interesaba ninguna, decidí optar por una que podía tener más salida laboral. Así, elegí Analista en Sistemas que era una carrera corta de tres años.
Con el paso del tiempo, me doy cuenta de que en realidad no era fácil estudiar algo que no te gusta; aun así decidí seguir adelante, llegué a sacar tres finales pero igual esto no era suficiente. De esta manera es cuando decido finalmente decirles a mis padres que esta carrera no me gustaba y que tenía ganas de abandonar. Estos se volvieron como locos porque no podían entender cual era la causa, fundamentalmente porque no me iba mal. Este período fue muy difícil, ya que sentía que había defraudado a mis padres y no se lo merecían.
A mí también me fue difícil asumir esto pero creo que a la vez me dio un poco de fuerza y opté por estudiar lo que en realidad me gustaba, que era Educación Física, carrera que sin darme cuenta siempre estuvo presente en mi memoria.
Algunas experiencias de mi infancia y adolescencia
A mi infancia la puedo destacar como un período muy feliz rodeada de las personas que quiero.
Una etapa de muchos juegos, los cuales compartía con mi mamá. Con ella jugaba a la muñeca, también me hacía la ropita para ellas. Jugaba además con mi hermano dos años menor que yo, juntos disfrutábamos de las tardes con una diversidad de juegos:
o la bolita, en la que hacíamos un hoyito, al que llamábamos “oki”. Para poder darle comienzo, teníamos que arrimarle las bolitas lo más cerca posible y de esta forma el que quedaba más próximo, comenzaba con el juego que consistía en sacar a todos tus compañeros;
o los autitos, este juego en su mayoría terminaba con algún autito con alguna rueda menos ya que al siempre los chocábamos, hasta en algunas oportunidades terminábamos con algún dedo machucado;
o hacer chozas, que era muy interesante y requería de un intenso trabajo de recolección de cañas extraídas del terreno vecino, hacer pozos para enterrar y atarlas, delimitarlos espacios, lo que nos llevaba mucho tiempo y cuando terminábamos de armar todo ya no teníamos más ganas de jugar o mi mamá nos llamaba adentro y dejábamos un desastre el patio de mi casa;
o tortas de barro, eran mi especialidad más aun cuando había alguna loma de tierra, hacía una lomita y en el medio una ollita en la que agregaba agua de a poco, hasta que veía que se consumía y comenzaba a darle forma, hasta que mi hermano me la destrozaba o pisaba y comenzaban los conflictos;
o la mancha, tan conocida por todos, a la que jugaba con mis amigos del barrio, era una de mis preferidas por el hecho de que es muy activa y entretenida. La mayoría de las veces salía ganando;
o la escondida, sin duda alguna el mejor juego de mi infancia; la practicábamos a la tardecita ya que oscurecía y no era tan fácil que te atrapen. Recuerdo que en algunas oportunidades, cuando delimitábamos los espacios siempre alguno se pasaba, con intenciones o sin intenciones.
Creo que todas estas experiencias de juego me ha facilitado un buen desarrollo corporal para posteriormente jugar algún deporte, ya que mucha de las habilidades que sin querer uno desarrolla jugando, luego las traslada a muchas situaciones en diferentes deportes.
La Escuela “nuevas experiencias y amigos”
A los 5 años de edad empecé el jardín de infantes en la Escuela Nº 95. La escuela donde funciona el Jardín está ubicada en la periferia de la ciudad, a la cual concurren niños de clase media en su mayoría.
En las clases de Educación Física, tenía un profesor varón que nos hacia trabajar o jugar con pelotas, cintas de colores, aros y a juegos populares como la mancha pelota, al huevo podrido. La relación con el profesor era buena. Recuerdo querer siempre hacer las cosas bien para tener su aprobación que, en este tiempo, era muy importante ya que te hacía creer o pensar que eras el mejor!!!
Con respecto a los años posteriores, no recuerdo mucho, seguía teniendo el mismo profesor, jugábamos al delegado, a la muralla, a la mancha pelota, a la carretilla, al caballito; en este último juego teníamos que llevar a un compañero y recuerdo que estaba bueno, pero yo era tan grandota que nadie me podía llevar.
A los 11 empecé sexto grado y este fue el último año que estuve en esta escuela debido a que se implementó el Tercer Ciclo, y nos transfirieron a la escuela Agrotécnica porque nuestro colegio no estaba terminado.
En las clases de Educación Física jugábamos al softbol, fútbol ya que teníamos mucho espacio verde. Este fue el ultimo año que tuve clases mixtas que siempre me parecieron mejores.
A los 13 años empecé octavo grado, en la Unidad Educativa N°1. En este establecimiento practicábamos deportes en las clases de Educación Física como voley, básquet, balonmano, cosa que no era muy divertida porque las compañeras que tenía eran muy maleducadas. Con respecto al profesor, no intervenía en nada y para nada; además yo no tenía buena relación porque siempre me exigía el doble que a mis compañeras, además me trataba mal, ya que él justificaba en que yo siempre había realizado deportes y también porque en ese momento yo justo había ingresado a la selección de básquet.
A los 15 años empecé a estudiar en la escuela Epet N°1. En este año cambio todo, tenía clases todo el día, por la mañana las materias teóricas y a la tarde los talleres prácticos, más responsabilidades y eran otras las clases sociales que asistían. En Educación Física jugábamos al fútbol y al básquet, pero más que nada al voley. También nos hacían realizar abdominales, flexiones de brazos. En el último año, recuerdo jugar al softbol.
Las experiencias en el club
A los 9 años empecé a jugar al cestoball en el club General Belgrano, que en su momento era uno de los mejores. Elegí este deporte porque una prima lo hacía y como siempre hablaba me llamó la atención. Me acuerdo que jugaba en la posición de ataque y gracias a esto realicé varios viajes, como por ejemplo, a Ingeniero Luiggi y General Pico. De estas experiencias recuerdo los nervios, sentirme mal si no me salían las cosas como yo quería, por lo que a los trece años deje de jugar al cestoball, porque me aburrí, además me cansó la presión de los partidos. No me sentía muy bien con el grupo de compañeras que tenía, ya que como era muy alta jugaba en categorías más grande y la mayoría de las chicas creían que les quitaba el puesto.
Un profesor de los que tuve en séptimo grado me invitó a hacer atletismo, practicaba lanzamientos de bala y disco, porque decía que tenía condiciones para hacer estos deportes. Siempre me enseñó de lo simple a lo complejo (cuando digo esto podríamos analizarlo bajo un método conductista).
Entrenaba tres veces por semana y dos horas en cada clase, siempre buscaba de mi parte buenos resultados. Si bien no tenía torneos muy seguidos -creo que es porque no es un deporte al cual se le da mucha importancia- y cuando había uno andaba bastante bien; encima no había chicas de ni categoría y siempre me tocaba con las más grandes y salía siempre segunda.
En ese momento yo sólo quería ganar, y no me daba cuenta de que en estos deportes lleva mucho tiempo para poder avanzar en distancia, pero la verdad que la experiencia fue muy buena. Después de un tiempo empecé a practicarlo y me gustó mucho; lo practiqué durante tres años hasta los quince, deje de hacerlo porque me aburría. Creo que mi profesor era una excelente persona con el grupo, fue el único que hacía muchas cosas por nosotros, siempre tenía en cuanta los que nos pasaba, esto en muy importante.
A los 18 años empecé a jugar al voleibol, deporte que sigo haciendo y me encanta, esto me llevo a conocer a muchas personas que hoy en día, son mis amigos. En la temporada de verano jugábamos torneos de beach voley.
Ante la pregunta ¿Por qué elegí estudiar Educación Física? Teniendo en cuenta lo relatado hasta aquí, puedo decir:
· Mis experiencias vividas como deportista que en su mayoría fueron buenas, pero no en todos los casos gracias a los profesores si no al grupo con el cual compartía
· Otra de las cosas más interesantes fue el hecho de que siempre me gustó enseñar; cada vez que ingresaba alguien al grupo o deporte que yo practicaba me interesaba acercarme y ayudarlo para que se incluya como uno más, debido a que en su mayoría los profesores poca importancia le daban a estos, este es uno de los puntos que yo creo más importantes, ya que que lo que me llevó a adoptar esta actitud era el hecho de que siempre me costó adaptarme a los grupos cada vez que cambiaba de deporte.
Siempre me imaginé dirigiendo una clase de Educación Física o deporte.

Una fiesta inolvidable

Stella Maris Carrasco
Hace algunos años, en nuestra escuela, la costumbre era entregar presentes para el Día del Padre y festejar el Día de la Madre.
Todas las madres se hacían presentes y los pequeños las homenajeaban con recitados, obras de teatro y canciones.
Pero ese viernes, previo al Día de la Madre de Octubre de 1995, ocurrieron dos acontecimientos que aún hoy recuerdo.
El primero de ellos, se suscitó cuando Susana, la profesora de Música, interpretó junto a los alumnos, con el acompañamiento del piano “Un Vals para mamá”.
Imprevistamente Susana abandonó su sitio. Todos quedamos asombrados, pero quienes la conocíamos sabíamos que hacía muy poco había perdido a su mamá, víctima de una terrible enfermedad.
No faltaron los comentarios ya que algunos se preguntaban por qué había decidido entonar esa canción, sabiendo el impacto que le produciría.
Lo que muchos no sabían era que a ella la vida le había negado la oportunidad de ser madre, pero que a pesar de eso sentía la necesidad de complacer a sus alumnos dándoles la oportunidad de homenajear a las suyas a través de esa dulce canción.
¡Cuántas veces en nuestra tarea docente debemos enfrentar situaciones como éstas!
Pero esta historia no termina acá. Un día estaba junto a mis alumnos de 7º Año, y procedí a repartirles una flor natural para que le entregaran a sus respectivas madres ya que eso habíamos convenido en una reunión con mis compañeras. Sólo le hice entrega de la flor a quienes no tenían hermanitos menores en otros cursos, ya que habíamos decidido darle ese privilegio a los más pequeños.
Cuando nos disponíamos a salir observé que una de mis alumnas, Olivia, lloraba desconsoladamente. Me acerqué a ella a fin de indagar qué le sucedía.
Ella, llorando me dijo: “yo quería entregarle la rosa a mi mamá, porque yo soy su verdadera hija”; ahí recordé que quien entregaría el presente sería su hermana Viviana, quien en realidad no lo era, ya que había sido criada por sus padres debido a que la verdadera madre, hermana del papá de Olivia, había fallecido.
Entendí su tristeza. Traté de explicarle que no habíamos reparado en esa situación y que quizás lo más correcto hubiese sido que ambas le entregaran una flor, ya que para Vivi, su hermanita postiza, también era importante ese momento, pues sería una oportunidad para agradecerle a su tía lo que había hecho por ella.
Fue mucho para un solo día.
A partir de ese día festejamos solamente el Día de la Familia, para no herir susceptibilidades debido a las diferentes formas de constitución familiar con las que nos encontramos en la actualidad.

Un triste relato

Bibiana Rausch
Transcurría el año escolar.
Maestra de segundo año, turno tarde.
El grupo no era numeroso, pero diverso.
Era el primer día después de las vacaciones de invierno.
Después del saludo diario a la bandera, entramos al aula.
Todos eufóricos conversan entre si.
Saludo.
Responden cordialmente.
Me acerco a cada uno, le doy un beso y le deseo feliz retorno a clase.
Pregunto: -¿Como han pasado sus vacaciones?¿Qué hicieron?
Martina responde: -Yo Salí con mama y mi hermano de paseo, fuimos al cine, vimos dos películas, exclama con alegría.
Joaquín cuenta: -Yo fui al campo, con mi papá y le ayudé a trabajar.
Franco: -Acompañé a mi papá en los viajes que realizo con su camión .Fuimos a Córdoba y Buenos Aires.
Así uno a uno cuenta lo que hizo en las vacaciones.
De pronto Mauri se para y dice: -Ahora les voy a contar algo yo.
Se adelanta, apoya su cuerpecito contra el pizarrón, su cara expresa tristeza……comienza a hablar: -Anoche mi papá, me tomo por el cuello. Me decía ¡te voy a matar! ¡Te voy a matar! Él me quería ahorcar. Ahora yo no lo quiero más…
Sus ojitos llenos de lágrimas, consternado.
Todos escuchábamos azorados y en total silencio, un silencio respetuoso raro en ellos.
Me acerco, lo abrazo y le digo….-Bueno Mauri, tal vez papá estaba enojado. No te quiso hacer daño.Seguro que no lo hará más.
Después de este hecho pienso en el actuar diario de este pequeño.
Su falta de interés. El no poder estar quieto.
Sus reacciones: cuando pega a sus compañeros.
Golpea la mesa con sus manos enojado.
Tira su cuaderno, su cartuchera…
Estar constantemente a la defensiva
Cómo no actuar así con tanto dolor a cuesta con tantos moretones en el alma.
Aun pasado el tiempo recuerdo vividamente el rostro de mis pequeños ante tal relato…..

“Un comienzo inesperado”

María Silvia Alarcia de Díaz
El día despierta lentamente en una tranquila mañana de campo, mis ilusiones, mis ansiedades, mis miedos y también mi alegría amanécen junto a ella; inicio mi experiencia como docente en una escuela rural.
Con mucho entusiasmo me preparo: útiles ordenados, clase prolijamente planificada, sobre mi cuerpo un hermoso y florido vestido futura mamá, zapatitos nuevos, medias finas, pelo ondulante, suave pintura y mucha expectativa abundaba en mí.
Comienzo mi viaje en auto, me esperaba un recorrido de 25 Km de caminos salitrosos.
A unos 2 Km de mi salida y debido a las lluvias del día anterior me quedé varada en medio de una inmensa laguna. Supuse que el camión lechero a esa hora de la mañana pasaría como todos los días.
Luego de una hora de interminable espera, de contemplar la cantidad de agua que me rodeaba y sentir la soledad en mi piel, decidí salir del auto caminando sin saber por dónde. Embarrada, mojada y triste comienzo a marchar en busca del tambo más cercano.
Ante mis primeros dolores comprendí que el hijo que llevaba en mi vientre compartía estos sentimientos encontrados, rezaba y suplicaba que no se le ocurriera nacer en ese momento; esto me dio pánico y a su vez fuerza para caminar aproximadamente 30 minutos.
Casi desolada y a punto de sentarme a llorar descubrí a mi izquierda un reflejo rojo de algún techo, rodeado de una frondosa arboleda.
Los tamberos al divisarme corrieron en mi auxilio y me acercaron hasta la casa donde vivía.
Las lluvias continuaron y mi primer día de clase se postergó una semana.
En mi recuerdo está intacta esa vivencia y al retornar a mi querida e inolvidable escuela campestre todo se convirtió en alegría, emociones y expectativas cumplidas.
Compartí junto a padres y a siete inocentes, sanos y cariñosos pequeños un año de mutuos aprendizajes que guardo en lo profundo de la que considero mi mochila del alma.

Un cambio de actitud

Norma San Miguel
Siendo docente de 4to año, en el área de Ciencias Naturales, se comenzaba a trabajar con el eje: ”LOS SERES VIVOS: DIVERSIDAD, UNIDAD, INTERRELACIONES, CAMBIOS”.
El contenido conceptual que se trabajaría sería “ECOSISTEMAS, CADENAS ALIMENTARIAS”; el mismo impactó mucho en los alumnos, siendo ellos un grupo muy interesado y de fácil motivación, a pesar de ser bastante inquietos.
Nos empezamos a preparar para una visita al bosque “General San Martín”, de nuestra localidad de Rolón, el mismo queda frente a la escuela; primero observábamos desde ella el comportamiento de los animalitos y todo el movimiento que en él hubiera.
Ya preparados para la partida se dio a conocer el objetivo: “recolectar factores bióticos y abióticos” (tema que se había visto con anterioridad); finalizada la recorrida por el lugar mencionado y ya habiendo recolectado lo necesario regresamos al aula.
Al día siguiente, se procedió a la clasificación de lo recolectado, por un lado pusieron los factores abióticos (agua, piedras, tierra) y por el otro los factores bióticos (hormigas, bichos bolitas, chinches verdes, lombrices); los niños propusieron que querían representar lo que visitaron para ver quien se come a quien, en cuanto a los animalitos que habían recolectado, se armaría “un terrario”, propuesta que fue aceptada y se comenzó a consensuar para el armado del mismo.
A la clase siguiente la docente trajo un recipiente de vidrio con un trozo de tul que actuaría como tapa y un envase para el agua, se colocó todo lo recolectado.
Uno de los alumnos, el más bichero, acotó que faltaría un animalito más grande quien era el que se comería a todos y que podría ser un sapo. Todos aprobaron su valiosa idea. Aprovecho la oportunidad para hacerles saber que sentía un no sé que hacia los sapos, era algo que no se los podía explicar, no sé si era asco, miedo, pavor repugnancia, inmovilidad, por tal razón no tocaría al animalito, pero les pedí que luego que observáramos todos los animalitos volvieran a su lugar de origen.
Valentín, así se llamaba el alumno que trajo el animalito para mí en cuestión, observó mi actitud y seguramente se hizo varios interrogantes.
Al cabo de varios días se observó el terrario se hacían las anotaciones correspondientes, y llegó el último día donde ya se desarmaría el pequeño ecosistema terrestre, y todo volvería a su lugar, los alumnos pasaron a la hora de Música, cuando volvieron a clase, noté una total calma en sus procederes, situación que me llamó la atención y mucho, retomo el tema damos lectura a las anotaciones realizadas, Valentín se acerca y me pide que le saque punta a su lápiz con mi trincheta, al abrir la cartuchera me encuentro con el asqueroso animalito en su interior, lo primero que me salió fue un grito, me invadió una sensación de pánico y asco, acompañado esto por una actitud de enojo que terminó con un gran reto a toda la clase y una fuerte penitencia, ya que consideré esa actitud como una falta total de respeto.
Valentín, levantó su mano sucia y llena de tierra por haberla metido en el terrario para sacar el sapo, y su carita lo decía todo; asumió lo que había hecho, y yo ya más calmada le pregunté por qué lo había hecho y para mi sorpresa y muy tranquilo, argumentó que tratándose de un animalito mansito y bueno, lo había colocado en mi cartuchera para que lo empezara a querer y sentirlo como un animalito amigo.
Tocó el timbre, formaron, los despedí y camino a mi casa me puse a pensar que acción noble y de cariño había tenido mi alumno al tratar de acercarme e ese animalito y cambiar mi actitud, y a partir de ese momento empecé a verlo y relacionarme de otra forma pero sin todavía llegar a ser grandes amigos.

Con ellos...sigo aprendiendo

Natalia Lorena Rodríguez
Aquel día amaneció resplandeciente. Era una mañana hermosa del mes de marzo, el sol radiante calentaba cuanta cosa se atravesaba. Por primera vez las designaciones de cargos interinos y suplentes de nivel Polimodal y EGB3 se efectuarían por la mañana de un día sábado.
Caminé la cuadra y media que me separa de la institución de nivel medio en donde se daría inicio a dicho acto con una mezcla de sensaciones inexplicables, y hasta con esas cosquilllitas en el estómago que te generan los nervios propios de esas circunstancias en las que uno no sabe qué te depara el destino.
La idea de “total a mi no me va a tocar nada” no dejaba de cruzarse por mi mente. Me di cuenta que venía desde hacía una semana condicionando mis comportamientos a esa idea.
El acto dio inicio a la hora indicada, todo un salón repleto de aspirantes que con nervios e incertidumbre esperaban oír su nombre.
Aquel instante en que mis oídos captaron las ondas sonoras de mi nombre fue paralizante. Sentí la sensación de querer huir y escapar de aquello que tanto anhelaba.
Vacilando hice notar mi presencia. Caminé hacia la mesa y acepté tomar las horas, sí, horas de Proyecto de Orientación y Tutoría.
Sentí frío, calor. Qué desafío. Comenzar a trabajar en una nueva institución, con colegas que habían sido mis profesores; ser tutora en situaciones sociales tan difíciles que afectan directamente el contexto escolar; trabajar con culturas juveniles con características diferentes a aquellas para las cuales fui formada, era todo un desafío pero me proponía enfrentarlo.
Aquel primer día en la institución me resultó un poco incómodo, me sentía observada. El aire que se respiraba a nivel institucional era casi el mismo que el de las otras instituciones por las que ya transitaba o había transitado; una sensación de individualismo total.
Si miro atrás y evalúo estos años...
Cuántos roles me ha exigido ser tutora, escuchar y comprender tantas situaciones, actuar de mediadora, tratando de resolver aquellos acontecimientos que, conflictivos o quizás por falta de comunicación o interpretación, generan las relaciones entre personas, y el proceso de enseñanza-aprendizaje qué es, sino un proceso de interrelaciones entre todos los integrantes de la comunidad educativa.
Me ha tocado escuchar, analizar, discutir, opinar, aconsejar, orientar, decidir, pero por sobre todas las cosas he intentado comprender cada situación para poder ser justa en mis decisiones, para poder obtener de cada actuación los mejores resultados, aunque no siempre han sido positivos, con el consenso y satisfacción, no de todos, pero sí de la mayoría de las personas involucradas.
He aprendido en cada entrevista con mis alumnos, en cada charla con mis colegas o padres, que salir del aislamiento, del individualismo, es una acción innovadora, que el trabajo en equipo y las relaciones de empatía son un punto de partida indispensable para obtener resultados favorables.
Aprendí que la perseverancia es el mejor aliado en este camino tan difícil y multifacético que nos toca transitar como docentes.
Aprendí a interpretar cada mirada, a leer cada gesto, a escuchar cada silencio de mis alumnos, intentando comprender qué hay detrás de cada acto indisciplinado, de cada “no estudia”, “no presta atención” o “esta ausente”...
Me animé a interactuar con mis colegas, a compartir opiniones, a intercambiar estrategias, a escuchar y dar sugerencias.
Y sigo proyectando, intentando dar más desde mi función como tutora, porque la experiencia de estos años me demostró que no soy simplemente una profe, lo que no es poca cosa.
Soy aquella colega con la que se puede contar para resolver situaciones que el escaso tiempo y las colmadas planificaciones no les permiten resolver a los docentes de las diferentes áreas en cuanto a la convivencia. La que efectúa un seguimiento de cada uno de sus alumnos para interiorizarse sobre cómo van en la escuela, conociendo un poquito más de ellos desde lo personal y familiar, información que muchas veces nos da los fundamentos para comprender el por qué de muchas cosas.
Cuantas cosas buenas me han sucedido, cuantos cambios ví florecer en cada uno de mis alumnos, y aún sigo esperando que progresen otros.
Cuantos momentos hermosos vividos, aún con quienes menos me lo esperaba, si, aquellos indisciplinados de los cuales solo podía esperarse malos comportamientos.
Se me vienen a la mente mil recuerdos, lagrimas, risas, confesiones, hasta chismes, enojos, y hasta confidencias. ¿Cuántas cosas podemos obtener de nuestros alumnos si escogemos el camino adecuado para establecer acuerdos con ellos?, ¿cuánto logré partiendo de la confianza, del cumplimiento de lo pactado?.
También me implica muchas cosas. Irme a casa pensando en ¿cómo le abra ido en la evaluación de Historia?, ¿habrán estudiado para el espacio de ...?, ¿se habrán peleado nuevamente?, ¿le corresponde sanción o no?, entre otros tanto interrogantes que diariamente circulan en mi interior.
Así, sorteando obstáculos, con éxitos y fracasos que me alientan o me invitan a reflexionar, con el apoyo de colegas que comienzan a apostar al trabajo en equipo, e intentando sumar a otros colegas, y por sobre todo creyendo en que las cosas pueden llegar a funcionar un poquito mejor con el aporte de todos, sigo aprendiendo.-

Sensaciones

Adriana Edith Álvarez
Me es difícil, tener que seleccionar una historia pedagógica, cuando en mis 23 años como docente, tengo guardadas en mi mochila cantidad de ellas.
Hoy te narraré una, opté por ella, por qué cuando me acuerdo, me da bronca, angustia y sentí por primera vez la sensación de aislamiento y desamparo.
Luego de deambular, por varias escuelas, como suplente, me titularicé en Doblas.
Transcurridos los dos años, solicito traslado a mi pueblo natal, Macachín.
Elijo la escuela donde concurrían mis hijos.
Me presento en febrero, feliz y con muchísimas expectativas, las cuales me duraron, por decir un tiempo quince minutos. Las miradas de mis colegas me hicieron sentir una suplente más.
Reunión con la directora y todo el personal. Que sorpresa… no podía creer que la persona que nos hablaba era la misma que yo como mamá, me parecía ideal como directora para la educación de mis hijos, cordial, predispuesta a solucionar los problemas que se presentaran, defendiendo a su personal, comunicativa, laboriosa.
Pero aquí, comencé a conocer la verdadera personalidad de ella: autoritaria y egocéntrica.
Transcurren los días, conocí a Patricia, colega con la que me toca trabajar, dulce, amable, comprometida con su trabajo y conteniéndome constantemente.
La situación no cambiaba, yo me revelaba y mal, por que no me sentía valorizada, ni como docente, ni como persona, sentía en carne propia el dicho “no hables, sos sapo de otro pozo”, nunca había sentido así.
Fue entonces, que al faltarme la percepción que los que nos tienen que proteger no lo hacen pero sí hacen diferencias entre las docentes antiguas por así llamarlas, puse en práctica la opinión certera de Patricia: Transformarse, reciclarse sin dejar de ser uno mismo.
Transcurrieron cuatro años y logramos juntas ser dueñas del tiempo y del lugar.
Pedí mi traslado definitivo a la misma escuela, continúo con la misma directora y con la ausencia de mi entrañable amiga y colega, ella logró también su traslado pero a otra escuela.
Mi lectura de esto, indudablemente es la sinceridad, espontaneidad, postura y confianza de nosotras mismas, y debo confesar que extraño el trabajo en equipo que realizábamos las dos, tomamos actitudes dinámicas de grupo, en cuanto a las propuestas, consignas, normas y afectos, que lograron facilitar los procesos para alcanzar mayor: productividad, gratificación y un cálido aprendizaje, a nivel individual y colectivo.
Entrecruzamos cansancio, nostalgias y alegrías; juntas leímos un día una frase de Plutarco que compartimos plenamente y fue en nosotras un desafío para ponerla en práctica: “La mente no es un vacío a llenar, sino un fuego a encender para iluminar. Esa es la tarea docente, mantener viva esa llama y avivarla día a día”.
Me queda el recuerdo de todo lo trabajado y vivido juntas, algo que valoro, extraño y es muy difícil de encontrar, esa pequeña y a su vez gigantesca palabra “equipo” en este caminar docente.

Mensaje de Angel

Vilma Noelí Ibar
Fue un llanto intenso, desde lo profundo de mi ser. Sentí mi vientre pequeño, era la tristeza quien lo contraía, la angustia por saber que ya no podía él dar a otros aquello que generosamente legó en mi, sin saberlo; era la tristeza que invadía mi corazón: Un referente de mi adolescencia bruscamente dejó de existir.
¡Cuánta nostalgia! Había sido para mí, un docente recto, incisivo, detallista, organizado, con la dosis justa de confianza, equilibrado en sus vínculos, y con el conocimiento a disposición de sus alumnos, para que se los apropien con discernimiento...
-No siempre lo que está escrito quiere decir eso... piénselo de varias maneras- decía...
Después de varios minutos de angustia y con mis ojos enrojecidos por el llanto...
-Hola seño!-dice Camila al dar un beso en mi mejilla. Era como un pañuelo viviente recordándome que hoy...yo era la docente...que muchos pequeños seres buscaban “su referente”, peldaños firmes para crecer como personas.
-¿Lloraste?-Preguntó Camila...justo aquella niña...
-Si-respondí sin ocultar mi tristeza.
Sin sacar su mirada de mi rostro, caminó hacia el salón y luego a la sala a colgar su mochila como siempre. Su mamá, intuyendo el origen de mi congoja...
-Estamos todos impactados, fue muy brusco...
-Sí, lo fue...-dije- para algunos era muy querido y para otros no tanto, pero sin duda en todos su desaparición provoca algo... para nadie es intrascendente...
El silencio nos acompañó.
-Que pena – continué- que él no supiera, ni siquiera pudo imaginar la cantidad de enseñanzas que en lo profesional me dejó, tantas pequeñas cosas que hoy día a día uso, pero que la práctica de ellas me las enseñó él...
-Sabía mucho...-dijo la mamá de Camila.
Otros besos se sumaron al primero, todos enmarcados por una cara extrañada...con los ojos fijos en los míos... que enrojecidos denotaban un estado diferente. Uno a uno los niños fueron dejando sus mochilas, una a una las madres mencionaron a aquella persona, varios y muchos eran los recuerdos que inundaban nuestras mentes... y el aire... la atmósfera de aquel lugar... era diferente...: ¡Había un Angel en aquella sala! Todo se había transformado.
Hacía varios meses que intentaba lograr en mis alumnos una manifestación abierta y sincera de sentimientos. Es que aquellos niños parecían controlar mucho lo que sentían... no podían expresarlo... ni soñar que lo verbalizaran... Así, convencida por mis vivencias que era liberador poder conectar mente-alma-palabra-cuerpo... quise ser el enlace que les permitiera también a ellos hacerlo. Una actitud egoísta quizá, con tinte “salvador” – de alguien que tal vez aún debía salvarse a si mismo-, una postura cargada de omnipotencia... pero también de convicción... sabía que si a los sentimientos les hacemos un pequeño hueco para que fluyan, solos van sonsacando los bordes y transformándolo en una gran vertiente.
Nunca hubiera pensado, cuando inicié esa tarea, que el momento de cosecha iba a estar ante mí de aquella forma.
Nunca hubiera pensado que iba a ser aquella niña, Camila, la que primero me mostrara sus frutos... Era una niña tranquila, dulce, mimosa en apariencia... pero podía imaginar yo, que muchas cosas guardaba celosamente dentro, sin saber como sacarlas... carcomiendo su alma... coartando su cuerpo...limitando sus juegos.
-No sé si me gusta- decía ella cuando quería decidir a qué jugar y no podía hacerlo, sólo quedaba mirando a su alrededor en total quietud.
-Probemos aquí- dije- luego me decís que te pareció.
Ella, dubitativa, lo intentó... y así fue por varios días y en diferentes lugares... pero siempre con mi respaldo... con mi mano construyéndole pequeños peldaños...dialogando intensamente.
De igual manera procedió aquella vez en que “el nacimiento”, nuestro nacimiento, fue tema. Llegar al mundo es un marco de emoción muy fuerte. Conocer cómo fue establece raíces a nuestra historia. Cada niño preguntó por ellas... y luego las contó al grupo, también la seño y Camila:
- Mi mamá me contó que la tía se desmayó, porque ella quería que yo naciera- dijo. Su rostro estaba feliz, ella pudo saber más de sí misma.
- Mamá lloraba cuando me lo contó- agregó- y me mostró una foto mía cuando yo era re chiquitita. Sus mejillas, rosadas de placer, revelaban un corazón hinchado de gozo...orgullosa por provocar esto en su madre.
Y a esta experiencia se sumaron otras, y los vínculos se ampliaron, las emociones fluyeron...fueron pequeñas vertientes... hasta que...cuando el olor de la lavanda fue más intenso y las glicinas inundaban todo con su color...un roble selló su presente de aquella forma, un Angel cerró la puerta de su futuro, aunque seguiría siendo presente, porque a través mío se perpetuarían actitudes suyas-mías y ahora de Camila y cuanto alumno llegara a mi.
Aquel día en que la muerte buscó ese ser, fue un día distinto. Mostrar mi tristeza hizo que esa niña viera en mí tantas emociones fluyendo, que dio “permiso” a las suyas, y su pequeña vertiente, fue desde entonces un caudaloso arroyo.
Qué ironía... fue la muerte la que dejó nacer nuevamente a esa niña y fue el silencio de la tristeza que llenó el aire de sordos ruidos de penas-alegrías-ternura...de Angel.

Las apariencias engañan

Mirna Mariela Heimbigner
Después de veinte años de trabajar en una misma escuela, con las colegas de siempre, en una comunidad pequeña, amigable, muy conocida; tuve que trasladarme a otra totalmente diferente: a cuatro séptimos de grandes matrículas, personal desconocido, desempeñarme en Tercer Ciclo, cuando siempre trabajé en primero, todo demasiado distinto, distante…
Fui acercándome poco a poco (me costaba mucho), saludando, presentándome, tratándo de encontrar a alguien para entablar una conversación. El primer día fue corto, el segundo más largo, la semana interminable. Así comencé a trabajar,
En el grupo me llamó la atención la presencia de un señor con traje gris, serio, distante, frío. Era nada menos que el Director, mi Director. Esta confirmación me trajo mayor inseguridad. Desconcierto. Temor.
Me tocó el área de Lengua, trabajaba muchísimo, buscaba información, planificaba, realmente estaba desesperada.
Una mañana entré a dar clase. En una mesa del fondo lo descubro. Serio, distante, dispuesto a observar la clase. Creí morirme de pánico. Aún no sé cómo sonreí y cumplí con la clase del día.
Regresé a casa mal, preocupadísima. Otro día, el tema era Discriminación y había organizado la clase con una película. De nuevo su presencia intimidante, callada.
No aguanté más, tomé coraje y fui a dirección. Comenzar a hablar con él fue dificilísimo. Nunca me sentí tan sola.
Me preguntó qué inquietud me traía, le respondí que una sola, me sentía muy perseguida y no sabía si me estaba desempeñando bien; todo era nuevo para mí.
Me pidió que me sentara y me explicó que era la única docente que no conocía y a él le gustaba identificar al personal que trabajaba en su institución. Pero gracias a Dios le gustaban mis clases.
Poco a poco fuimos dialogando, compartiendo un mate en la hora del almuerzo.
Adquiría poco a poco confianza pero no podía superar ese sentimiento de miedo que sentía ante su presencia.
Pasan los días y me llama a dirección aquel señor de apariencia tan fría y distante.
Me pregunta qué me pasa que me nota preocupada.
Me siento mal- casi le grito- le respondí: me siento mal, me faltan mis amigas, mis colegas, mi hija mayor que fue a estudiar a La Plata.
¡Extraño todo! Le pedí permiso y me retiré porque realmente tenía ganas de llorar.
A mitad del año, tuve la desgracia de que se enfermó mi papá de gravedad. No daba más, hasta que mi marido me llamó porque mi papá me necesitaba.
Este hombre “El Director Serio”, me llamó nuevamente y esta vez me dijo: “nos conocemos poco, pero consideráme tu amigo, estoy para ayudarte, hoy te voy a pedir que te retires ¡Andá a cuidar a tu papá, que te necesita realmente y yo voy a atender a tus alumnos! En la vida tenemos que aprender a priorizar, hoy tenés cosas más urgentes que atender, hoy tu familia te necesita, yo puedo esperar a que te recuperes y encuentres otra vez la fuerza con que empezaste.
Gracias- fue lo único que me salió.
A partir de entonces me di cuenta que personas maravillosas hay en todos lados, lo importante es poder encontrar en cada uno lo bueno, lo significante, porque sé que todos los tenemos.
Esto me llevó a la siguiente reflexión: “Nunca juzgues a las personas por su apariencia exterior, ya que puede suceder que lo oculto sea lo más valioso”

La triste historia de Miriam

Silvia G. Torres
El aula estaba con ese bullicio que acostumbrábamos tener cuando las conversaciones eran de esas a las que no se referían solo de aprendizaje sino que hablábamos de cosas curiosas, que siempre asombran a los niños.
En primer año, un grupo de trece niños, donde yo era su docente por poquitos días, se encontraba Miriam, una niña menudita, de ojos tristes, pero siempre con una sonrisa y alerta a correr para darte un beso, a ayudarte, a llevar el portafolio, a buscar algo ha dirección, ella siempre dispuesta a todo.
Yo me quedaba asombrada de la actitud con los demás, pero a veces llamaba mi atención porque no terminaba su tarea.
Yo hacia sólo veinte días que estaba con ellos, pero fue suficiente para ganarme mi cariño.
Fue grande mi sorpresa cuando un día descubrí, la triste historia de vida de Miriam. Todo empieza cuando un día, una compañerita de Miriam que tenia unos ojos azules, grandes y brillantes yo le digo - ¡que ojos hermosos tenés, iguales a los de tu mamá!,
-Sí- me respondió la niña.
Cuando todos se comparaban sus ojos con los de sus papás y comentando los parecidos que ellos tenían de sus padres, Miriam me miraba con ojos tristes y callados y de repente me dice que ella también tiene los ojos como su mamá.
En ese momento otra niña un tanto especial gritó –seño, mentira Miriam no tiene mamá, su mamá la abandonó-
Y ella con voz fuerte y enérgica me dice- no seño, mi mamá no me abandonó ella no me puede cuidar-
Quedé pasmada, pensativa y sin decir nada, no me salía ni una palabra, noté en ella una gran necesidad de cariño, que uno no sabe en ese instante como ofrecérselo.
Yo tuve que dejar esa suplencia, para tomar otra en la misma escuela, y a Miríam continué viéndola, pero con más tristeza aun cuando me enteré que la persona que la tiene a cargo la golpea con brutalidad porque la niña de sólo 6 añitos nos muestra sus moretones y justifica a la persona que la golpeó diciendo que ella se portó mal.
A veces me pongo a pensar como una personita tan pequeña que necesita cuidado, cariño, no pueda sentir rencor en su corazón, tanto por la persona que la cuida como por la mamá que la abandonó. Ahí me di cuenta que a Miriam le sobra el amor, el cariño y la bondad, que a otros les falta tanto.

“La silla vacía”

Nelly Noemí Holgado
Hoy tengo la oportunidad de contar una historia que me transporta a mi experiencia pedagógica. Una mezcla de sensaciones, sentimientos, emociones, recuerdos, situaciones que se mezclan y entrecruzan formando una especie de collage me invaden, me inquietan, me hacen pensar, me movilizan.
Pienso: ¿Cuál de ellas quiero hoy contar? ¿Cuál de esas historias que se superponen una y otra vez quiero rescatar?
Son muchas y variadas que aparecen y desaparecen en este largo trajinar de mi carrera docente. Pero hay una que aflora como muy especial y que hoy late como aquel día.
Cierro mis ojos y puedo ver claramente a un grupo de preadolescentes llenos de vitalidad, de juventud, de ganas de hacer y compartir con sus pares y con el docente, no sólo la tarea escolar, sino también momentos, inquietudes, experiencias, el quehacer cotidiano.
¡Era un grupo de 7º Grado! ¡Cómo olvidarlo! Muy compañero, activo, colaborador y de una gran calidez humana. Con ellos compartí momentos inolvidables, no sólo en la escuela sino también en el viaje de estudios a Buenos Aires y todo lo previo para recaudar fondos para tal fin.
Pero algo empañó la algarabía de este grupo, algo cubrió de tristeza y amargura los corazones de todos nosotros, una tragedia marcó un camino, el rumbo de uno de esos niños, el camino de la fatalidad, el camino de la muerte.
El de la mirada profunda y ojos grandes y oscuros, el que se sentaba en el último banco allá al fondo, a la derecha del aula, el de pocas palabras, pero de un gran corazón, nos había abandonado; un arma, un tiro accidental se escapa jugando con su vecino y lo hiere en la sien mortalmente.
Era un sábado, me acuerdo, siento un nudo en la garganta y brotan lágrimas en mis ojos como aquel día cuando los compañeritos vinieron a avisarme a mi casa del accidente. No supe que decir, quedé inmovilizada, pensé en sus padres, pensé en él, sentí algo muy extraño mezcla de escalofrío, dolor e impotencia; nos abrazamos con vehemencia tratando de mitigar la angustia que nos invadía.
Pero ahí estaban ellos nuevamente con la fortaleza que los identificaba, para que juntos decidiéramos los pasos a seguir.
Fue así que nos organizamos para ir a acompañar sus últimos momentos y a toda su familia.
Asistimos todos de guardapolvo blanco y le dimos el último adiós.
Fue y es terrible recordarlo. Era un niño, era un alumno, era mi alumno.
El lunes llegó y el dolor y la ausencia estaban latentes en el aula.
Entramos como todos los días, aunque ya no era igual, nadie dijo nada, pero todos dirigimos la mirada hacia la silla vacía, allá al fondo, a la derecha donde él se sentaba y donde a partir de ese momento sólo quedaba el recuerdo y la presencia espiritual de alguien que desde el cielo nos enviaba su bendición.
Y es aquí donde hago eco una frase de Bucay : “ El dolor también es un maestro, está allí para enseñarnos un camino”

La carita de Genaro

E. Graciela Alvarez,
Día de Otoño, clima cálido, sol a pleno y toda la comunidad a la espera del inicio del primer día de clases. Impecables con sus delantales nuevos, bien peinados, caritas de asombro, algunas miradas pícaras y cómplices, otras con miedo y hasta algunos llantos.
Yo también observando ese momento con incertidumbre porque todas son caritas nuevas y desconocidas para mí.
Se hace la división de las salas y hay una carita que me sorprende y/o casualidad pertenece a la otra división. Me acerco a él y le pregunto el nombre: “GENARO” me contesta, mi sorpresa fue mayor porque mi hija siempre me dice que ella cuando tenga un hijo lo va a llamar así y mi pregunta es: de dónde saco ese nombre, sino conocemos a nadie que se llame así. Ahora sí puedo confirmar que ese nombre existe y está enfrente mío, pertenece a un pequeñito de mirada huidiza.
Le doy un beso y veo que su carita está toda con manchitas y ampollitas, algunas lastimadas, dialogo con él y se acerca su mamá y me dice que está así porque se rasca y él mismo hace que esa infección siga avanzando.
Me doy cuenta en un instante que sus compañeritos lo miran y no se acercan y con sus expresiones lo dicen todo: claro !!!! quién lo va a tocar o acariciar o saludar si su carita no está bien, les da ASCO !!!!; sí eso sentí al ver sus gestos.
Me arrodillo y le digo con voz suave, dulce, que no se toque las ampollitas, que se tiene que poner una crema y así su carita tan linda se ve mejor, me acerco a su oído y le cuento un secreto: yo voy a mirar tu carita todos los días y así voy a ver si se cura y si eso ocurre, porque sé que vos sos un nene lindo e inteligente te voy a traer una sorpresita.
Transcurrieron los días.
Genaro llegaba al jardín y buscaba insistentemente mi mirada. Éramos cómplices: yo entonces le sonreía y así empezaban las tareas.
Su carita mejoraba día a día hasta llegar a curarse por completo, entonces cumplí con lo prometido, al día siguiente le traje un regalito y lo llamé aparte para dárselo sin que nadie se enterara y cuando lo voy a colocar en su mochila y le explico que lo abra cuando llegue a su casa, él me mira y me dice: ¿te gusta mi mochila? Me la trajo papi anoche del basurero (en ese momento me vinieron miles de reflexiones, mi cabeza estaba a punto de estallar: por un lado la felicidad de GENARO era inmensa, por otro pensé en mis hijos y en tantos otros chicos más que sino es de marca o nuevo no es aceptado como tal) y entonces comprendí y entendí: “un gesto vale más que mil palabras”… lo abracé emocionada y feliz.

Inesperado…Una realidad

Era una mañana como tantas, la jornada comenzó a las 8:00 PM. y en el primer recreo me encuentro con una planilla en la sala de docentes. Después de preguntar a mis compañeras de que se trata pasé a leer y a inscribirme para el taller.
Para ser sincera la completé con poco interés, Octubre, carga de actividades y los horarios que no me acompañaban.
Así llego el primer encuentro, el numero de participantes era importante, y cada una de nosotras fue recibida muy amablemente por la profesora. Sin embargo, mi pensamiento estaba dirigido a pasar el encuentro lo más rápido posible. Por suerte mi suposición fue errónea ya que las actividades que se nos presentaron fueron amenas y muy significativas, nos llevaron a involucrarnos directamente con ellas, y por supuesto, lo mejor pude disfrutarlas.
Así llegamos a finalizar el primer encuentro; para mi sorpresa esa sensación que tuve al llegar se desvaneció completamente. En los encuentros posteriores se nos plantearon diferentes actividades una de ellas fue la lectura de frases de distintos autores. Esto fue muy interesante ya que me movilizo desde lo más profundo, permitiendo que afloren mis sentimientos, emociones y mil sensaciones…
Cada encuentro fue tan productivo como el anterior, me sentía invadida por un bienestar particular que no se logra en muchas ocasiones.
Así llegamos a la finalización del taller logrando lo inesperado, me senté a escribir ¡sí! realicé varios borradores y a pesar de no saber cual experiencia pedagógica elegir pude hacerlo, gracias a todas las herramientas que me brindaron.
Por eso es importante que antes de hacer valoración errónea, debemos permitirnos vivenciar la experiencia y a partir de ahí decidir. Como en este caso; que el aprendizaje y el placer nos acompañaron a lo largo de todo el taller literario.
Si la apertura de nuestra mente y corazón es amplia, siempre prevalecerá el verdadero aprendizaje.

Simplemente golondrina

Sonia Edith Simones
Todo ocurrió por los años `92 cuando decidí por supuesta vocación o vocación impuesta, emprender el duro y a su vez placentero, camino de la docencia.
Ser docente formaba parte de nuestras vidas en el pueblo. Un magisterio dictado en casa no se podía desperdiciar y nos juntamos todas…todas haciendo referencia a aquellas que no acompañaba la economía para invertir en otro futuro y a su vez aquellas alentadas por las ganas de aprender, del saber.

Cumplida la misión y pasado el tiempo, sonó el teléfono y el inesperado:
¨ Hola querida, te llamo de Coordinación...¨
Mi voz temblaba, uniéndose de inmediato a este movimiento, las manos y las piernas. Un susurro, un suspiro dijo el primer:
¨ La tomo, que tengo que hacer? ¨
Puelén fue el lugar. El miedo, la ansiedad y la distancia te invaden al cruzar las puertas y el deseo de un abrazo de bienvenidas se desvanece cuando la autoridad te mira (de arriba abajo) y te recibe.
En ese momento dejo de ser Sonia para convertirme (en un rápido y sencillo rito de iniciación) en la docente de 5to año.
Cuanto pesa sobre mis espaldas!!! Hasta pensar en un momento salir más que disparada del lugar cuando las llamadas blancas palomitas me analizaban al entrar. Palomitas que más que acompañarte en el vuelo inicial, esperan la presentación de Sonia para definir según la voz de la principiante, la postura y obviamente la edad.
Y como bien dicen ¨ Después de la tormenta siempre vuelve la calma ¨, todo pasa y...
Hoy me roba una sonrisa el recuerdo,
Hoy me enriquece esa vieja vulnerabilidad,
Hoy la observación y la atención son mis aliadas (el tema de los listados potencia estos aspectos),
Y hoy a la distancia doy gracias por la posibilidad y el empuje que alimento en mí, la vocación y la pasión por el arte de aprender todos los días y acompañar a estos niños en el proceso de enseñanza- aprendizaje.
Llegado el año 2007, reflexiono una vez más, pero en este caso en la realidad que como docente me toca vivir.
Aún sigo como golondrina, de escuela en escuela, adentrándome todo el tiempo a realidades educativas diferentes que me imposibilitan acceder al sentimiento de pertenencia del que algunos mencionan. Pero Ojo! Esto no es lo único que como docente me propongo, cada experiencia me renueva, cada grupo de colegas, cada alumno, me mantiene en una constante transformación y enriquecimiento personal.
Este año la diversidad en el aula, me mantuvo muy activa. Concientizarme y brindar la atención correspondiente me llevó a indagar y descubrir otras herramientas para llegar al alumnado, o simplemente animarme a reestructurar-recrear aquellas que como docente apliqué casi temerosamente en otras oportunidades.
La experiencia, el camino recorrido en las aulas, aumentó mi confianza a la hora de crear y aportar un poco de color sin miedo al ridículo y al juicio que con asistencia perfecta recae sobre las acciones realizadas. Hablar de juicio implica también tener en cuenta la mirada, la valoración y el aporte tan significativo que todo mi entorno me brinda para mejorar día a día.
Si bien por momentos esta continua renovación nos agota, es inevitable si como profesionales (ética) pensamos brindar lo mejor a nuestros alumnos y reivindicar nuestro rol como educadores por momentos tan cuestionado. Todo cambia a pasos agigantados (los niños, las instituciones, etc.) y como docentes debemos emprender esa carrera alocada si queremos llegar a nuestros alumnos, a sus intereses, a sus necesidades, a sus preocupaciones y desarrollar realmente sus potencialidades.
Bueno, para cerrar esta historia, aunque contradictoriamente nunca tiene final, me tomo unas merecidas vacaciones y recupero fuerzas para contarles y participarlos de otra experiencia educativa.
Ahora y con la capacidad de escucha y diálogo tan desarrollada en los últimos tiempos por los docentes, que tal si me contáis y compartís conmigo tú historia…
Esta historia continuará…

Pregunta confusa

Griselda Rausch
Era la maestra de séptimo A” y séptimo “B”, turno mañana. Segunda semana de clase.
Ese día había decidido hacerlos leer.
Entro al aula .Observo .Unos conversaban .Otros escribían en el pizarrón. Dos o tres estaban leyendo una revista.
Saludo.
Todos contestan cordialmente.
Me acerco al escritorio y dejo mis cosas.
Les pido que se ordenen y ubiquen cada uno en su lugar.
Saco los libros y carpetas del bolso.
Pido a uno de los alumnos que pase a leer un párrafo de un texto.
Lo escuchamos y luego comentamos sobre lo leído.
Luego pasa otro y realizamos lo mismo.
Al terminar este chico pido a Graciela que pase a leer.
Era una chica nueva en el grupo; de la que no conocía demasiado su historia. La había observado los días anteriores y noté que era algo timida, que no se integraba con el grupo.
Tal vez porque no los conocía, o tal vez porque era su forma de ser.
Comenzó a leer. Su voz era armoniosa, clara, leía con una expresión certera, no vacilaba en ninguna palabra.
Leía bellísimo.
Cuando termina le digo.
-¡Qué hermoso lees! ¿Lees mucho?
-Si.-me contesta.
-¿Y que lees?
-Diarios, revistas, libros, lo que esté a mi alcance.
-¡Qué bueno!- la animé-¿Y cuál fue el último libro que leíste?
-Mascarada de amor- me contesta muy segura.
-¿De quién es el libro?- pregunté, sin pensar en como había realizado dicha pregunta.
-Mío- me contesta inocentemente.
Todo el grupo comienza a reirse y Graciela toma en su carita un leve color rosado.
Se sienta y se pone a llorar.
Pensé, ¿qué hice mal?, entonces rápidamente le digo.
-Perdonáme, no llores, yo hice mal la pregunta ¿quién escribió el libro?
-¡AAH!-me dice con los ojos llorosos- quién lo escribió no me acuerdo, pero que el libro es mío, es mío.
Después de esta experiencia pienso antes de realizar una pregunta porque muchas veces esperamos una respuesta
Y no nos damos cuenta que el que nos oye tal vez la interpreta en otro sentido y puede causar confusión o malestar.

“Entre la realidad y la inocencia...”

María de los Ángeles Álvarez
Todo era nuevo, el lugar, los viajes, nuevas caras de niños, colegas...todo era fantástico para llamar la atención.
Mi experiencia en esta materia, casi nula...”Maestra de Música” (algo maravilloso), lugar incalculable de sentimientos, sensaciones, emociones, ocurrencias y alegrías...
Digamos que uno puede decir, que vuelve a encontrarse con esa personita de antes, esa inocencia que pareciera ... nos vuelve a contagiar.
Como les dije al principio “todo nuevo” y desde el comienzo hasta hoy en día, rescato lo más simple de cada chico... y aunque no me crean ¡¡ aprendés tanto... es tan valioso...!!
Pero no se crean que es fácil, es un arte, el lograr aplicarlo y ver esas cosas sencillas e importantes a la vez, que son capaces de dar esos duendes tan irresistibles y graciosos... que siempre con la luz de picardía en los ojos, tiñen de un color especial cada momento.
Al ser novata en esto, me planteaba metodologías de trabajo y en su momento quería que todo fuera perfecto... (las clases, el clima, las producciones...)
Pero uno va aprendiendo, que lo perfecto no existe, no nos enseña la esencia de la vida, por eso estoy cada vez mas orgullosa de equivocarme, retroceder, volver a empezar... porque es esto lo que nos enseña la verdadera historia de la vida...
Y así fue como sucedió, una hora normal como cualquier día, comenzamos la clase con 3º año, y entre comentarios de ellos con lo acontecido en la semana, surgió un tema que capto el interés de todos y nos sumergimos en un profundo silencio...
Habitualmente desde que empecé a trabajar, siempre trate y lo sigo haciendo todavía, poder lograr momentos reflexivos y un balance veloz del día a día, ¿que aprendí?, ¿que enseñe?, rescato lo bueno y lo malo, y por sobre todas las cosas, lo fundamental...buen trato, dialogo amistoso (evitando tanto autoritarismo), permitiéndole al chico “entender a través de la reflexión”.
¿En qué consiste? En evaluar las situaciones y trabajar sobre que consideramos bien, mal y en que nos equivocamos.
Surgió la conversación de la pelea entre dos niños, en donde como toda pelea no es solamente verbal, sino pegándose (“una trompada bien puesta en el ojo...”) (palabras textuales del relatador).
Definió toda la experiencia vivida esa tarde en la cancha.
Miré al niño agredido automáticamente, el ojo era un mapa, todo rayado y un tremendo arañón cortaba de cada lado de éste, ideal para asustarse por el lugar del golpe.
Y yo, queriendo calmar aguas y respetando lo importante y enseñarles a tratar de revertir una situación de tal magnitud, les explique que la historia relatada hacia un momento estaba muy mal., entonces les hice una pregunta... ¿nos tenemos que llegar a matar, golpearnos, lastimarnos para disfrutar y salir victoriosos?
Seria muy triste chicos... que ese mismo desenvolvimiento lo tuviéramos todos los humanos, ya que la pregunta que me hago muy seguido es ¿que va a ser de este mundo?
Prima la violencia, autoagresión, a agresión verbal, falta de respeto en las personas.
El silencio era absoluto, cada vez mas intenso... lo que me daba más pie para invitarlos a la reflexión...
Hasta que en determinado momento se me ocurrió comparar la situación con una ya vivida anteriormente y les expliqué que dicha historia termino en una verdadera tragedia.
¿Saben chicos que se de un caso que a un niño le pegaron en el ojo y ¡lo perdió!
Y no es un chiste, ¡¡ LO PERDIO!!
Pero algo hizo que me llamara la atención de un alumno, lo compenetrado que estaba, quizá era igual a todos, pero fue el que me llevó a la realidad de las palabras utilizadas.
Esas tres palabras “Perdió el Ojo”, cuanto encierran y cuanta incertidumbre y duda generó en las mentes humanas de ocho años, como en la de cualquier edad...
El niño me miró y yo lo miré, me interrumpió la conversación (apoyado sobre sus dos manitos en el respaldo de la silla) y me hizo la temible pregunta ¿Y lo encontraron Seño?
En mi atropello de discurso, le dije: ¿qué encontraron...?... ¡¡El ojo!! (contestó natural y tiernamente).
Y ahí caí en la cuenta y en la tentación...
Conclusión a la que arribé... desastrosa, porque mi risa no me dejaba avanzar y la inocencia de ellos de verme riendo, los llevaba a la total duda e intriga de mi historia relatada.
Y así fue como me marcó mucho esta gran experiencia, porque de lo simple, podemos llegar a lo mas complejo en un sólo salto.
Y aquí fue algo circunstancial y sin mayores obstáculos.
Pero cuantas veces sobreentendemos las palabras y queremos que el mundo hable, piense igual a nosotros. Y para algo es mundo... nos encontramos con las diferencias físicas, emocionales, gestuales, religiosas, etc..., en donde son todas dignas de respetar y aclarar, para evitar futuras complicaciones y no elevar solamente la imaginación como pasó esa tarde...
Aunque si les pido a todos los que lean esta experiencia, nunca pierdan la capacidad de sorprenderse (de cada cosa, cada instante, cada palabra, cada ocurrencia, cada gesto...), esa cualidad nos lleva a tener una magia maravillosa dentro de nuestros corazones.

El Sueño

Patricia Noemí Kuntz
Hace catorce años que soy docente; de los cuales, nueve viajo permanentemente a distintas localidades vecinas para poder ejercer esta bendita profesión.
Luego de formar una hermosa familia, con dos hijas y a pesar de que aún eran pequeñas, me decidí a hacer lo que siempre había soñado y querido hacer.
Motivada por una madre con varios años de antigüedad en la docencia y una profunda vocación, estudié “MAGISTERIO”.
La tarea no fue sencilla, ya que todo se mezclaba, libros, apuntes, pañales, mamaderas y tantas otras cosas que se presentaban a la hora de ponerme a estudiar o realizar algún trabajo extraescolar.
Pero si algo aprendí de un viejo sabio, mi abuelo, es que nada es imposible en esta vida, y me lo enseñó precisamente el día que perdió el dedo pulgar de su mano derecha..
Con el apoyo de toda mi familia y en especial el de Carlos, quien todos los días me llevaba hasta Macachín y me esperaba hasta las once y media de la noche, terminé entre alegrías y amarguras, esta gratificante carrera que hoy es mi pasión, con la buena nueva de la pronta llegada de un nuevo hijo.
¡Qué alegría aquel día al recibir mi diploma!, todos los sueños se habían realizado, aunque no me imaginaba que duro sería llegar a tener un cargo como docente.
Siempre había imaginado hacerlo en la escuela que me amparó desde el jardín de infantes donde concurría diariamente con mamá, por ocho años.
Pero la vida me sorprendió, a lo largo de trece largos años viajo a distintas escuelas de la zona como maestra suplente; ya sea por cortos períodos como lo fue al principio y en forma más prolongada, o por todo el ciclo lectivo estos últimos años.
Debo decir que las experiencias acumuladas a lo largo de todo este tiempo me han enriquecido y he cosechado muchas amistades, con colegas de las distintas instituciones.
Pero tampoco debo olvidar , los días en que viajaba con mucho miedo los treinta kilómetros que me llevaba llegar a la escuela o los nervios al viajar con lluvias torrenciales o espesas neblinas, mirando el reloj para ver si llegaba a horario. En otras oportunidades me tocó trasladarme estando las rutas en reparación y todo inundado, lo que hacía que todo fuera una travesía, con muchos riesgos y miedos.
Así como me ha tocado viajar sola de noche o de día, también he compartido viajes con colegas que fueron hermosas experiencias, las cuales mate de por medio y durante media hora, cada una contaba sus problemas y alegrías familiares, convirtiéndose en sesiones de terapia para cada una de nosotras donde pasábamos de ser pacientes a expertas profesionales a la hora de dar consejos.
Pero según dicen los que saben que no hay mal que dure cien años, y hoy luego de tanta travesía, malos ratos, y miedos aquel sueño tan anhelado se ha cumplido, aunque solo por este año. Al comienzo del ciclo lectivo fui designada por la coordinación como maestra suplente funcional en el séptimo año de “mi escuela”.Si bien el tiempo pasa rápido ya estoy pensando en lo que pasará el año próximo, si tendré o no la posibilidad de continuar aquí. Pero por ahora he decidido disfrutar de este presente tan esperado aunque guardo muy profundamente el deseo de poder algún día titularizarme y trabajar en la escuela que me vio crecer.

Educar en el amor

Silvia Fibiger
Primer día de clases. Sonó el timbre de entrada.
Un niño de diez años, tez blanca, cabello corto lacio, ojos marrones muy vivaces, estatura mediana, cargado de energía y expectativas por reencontrarse con sus ex compañeros. Se acerca a la formación y trata de ubicarse en una fila que no le correspondía. Desafía mis indicaciones.
Era posible pensar muchas razones por las que lo hacía.
Por lo que pude observar en ese momento buscó aliarse con quienes sentía mayor afinidad.
Era el primer año que me desempeñaba en esa institución, ¡mi localidad!
Me sentía emocionada, expectante, nerviosa, alegre.... No conocía las historias de quienes serían mis alumnos y mucho menos la de Mario a quién empecé a conocer, primeramente, por versiones de mis colegas que ya sabían de su desempeño (algo revolucionario, de mal comportamiento...., que provenía de otra provincia, pero conocía la institución ya que había transitado en ella los primeros años escolares.)
Ya en el aula, cuando estuve frente al pequeño grupo, me presenté como su maestra, mi forma de trabajar, indicaciones.......Traté de ponerme a la defensiva. Me mostré exigente y severa para no darles posibilidad de atrevimiento ni confianza.
Pasaron varios minutos y Mario comenzó a “probarme” llamando mi atención de diferentes formas.
Quizás creyó que dejaría el aula o que iba a llamar a alguien.
¿Qué podía hacer para que no siguiera con esa actitud?. Sacarlo o apartarlo del aula, sancionarlo......
Puse en práctica la herramienta que me ha dado hasta ahora mayor resultado “la paciencia”·
Así transcurrieron los días y comencé a conocer su impactante y particular historia personal.
Con carencias de afecto, comprensión y amor por parte de sus progenitores.
Ignorado por su madre.
Vive con su abuela desde que nació.
Probé vincularme a él con un gesto, una mirada, una sonrisa....
Y aquí viene un toque de magia. Un toque de Dios si se quiere.
Cierto día la directora nos informa que todos los alumnos de las escuelas primarias de varias localidades del país estaban invitados a participar de un concurso realizado por el sistema de cable satelital. El premio: UNA COMPUTADORA.
Pasado un tiempo conocimos la feliz y ansiada noticia. Había pasado algo fantástico!!!!!! ¿¡Saben qué!? Mario se ganó el premio.
Felices y emocionados, no dudamos en decir: ¡fue una bendición de Dios!, ¡qué suerte que tenés! dijeron sus compañeros, ¡algo bueno debía tocarle! dijo su abuela cuando hablamos con ella aquel día en que Mario recibió orgulloso su premio.
Considero que esto contribuyó a levantar su autoestima, a no sentirse tan marginado y marcado por tantos desprecios sufridos.
Tantos momentos compartidos y vividos, el afecto y el amor colaboraron en hacer que en poco tiempo nuestra relación fuera casi familiar.
Se inició un nuevo ciclo.
Esas cosas de Dios: volvió a reunirnos. Mario y yo juntos otro año.
Los ojitos de mi querido alumno se iluminaron, tímidamente alargó su manito y me dijo: -le traje un regalito, sabía que volveríamos a encontrarnos -.
Una vez más lo más importante fue el vínculo. Lo más importante es el amor, SIEMPRE.

“Descubriendo intereses perdidos...”

Natalia R. Costilla
Un día en una escuela de una pequeña localidad, en nuestra querida provincia, llegué para desempeñar mi labor. Soy una docente suplente que hace algunos años, vengo recorriendo muchas escuelas pampeanas. No es un lamento, sino una gran cosecha de experiencias variadas y gente diversa que nunca podré olvidar. Ser suplente sólo representa para mí una condición de revista, y no me siento “hoy” en distintas condiciones que mis colegas con más años.
La historia que quiero contarles sucedió hace unos años atrás cuando fui designada para atender un grupo de adolescentes.
El grupo era pequeño, esto favoreció que todos pudiéramos conocernos rápidamente. Sabemos que la etapa que viven no es sencilla...Inmersos en la desorientación propia de la edad, sus primeras salidas nocturnas, los encuentros con sus pares de otras localidades con más accesibilidad que ellos para tener diversiones nocturnas.
Al comienzo, mi llegada fue pura exploración. Poco a poco se fue nutriendo hasta llegar a una equilibrada y fructífera relación.
Tenía que trabajar con ellos el área de Lengua y Literatura. El escepticismo de sus rostros me indicaba que debía plantear mi área de manera diferente a la que ellos conocían; y así lo hice.
Un alumno del grupo llamó mi atención. José era muy alegre. Por momentos se tornaba molesto para la clase. Por otra parte era el centro de diversión, además de ser muy buen compañero.
Físicamente José era robusto, piel morena, cabello oscuro siempre desordenado, y por sobre todo unos ojitos negros saltarines que lo hacían más pícaro.
Hasta aquí no hay nada sorprendente, pero por sus características no tenía un desenvolvimiento escolar muy satisfactorio. Expresiones como: ¡Uh!...¿leer esto?, ¿Para qué quiero yo aprender esto?
Personalmente empecé a reflexionar sobre cómo continuar con él. Comencé a indagar por diferentes caminos, pero lo que primero decidí fue prestar atención a todas las palabras que pronunciaba mientras estábamos juntos. No solamente lo que me decía a mí, sino a sus compañeros o al resto de los chicos de otros años durante los recreos.
Así comencé a comprender alguna de sus actitudes, y descubrí que era la misma mirada de él hacia la escuela.
Su familia era humilde y vivía en la zona rural, en medio del monte. Sus padres eran analfabetos; por lo tanto el sueño de ellos era que alguno de sus hijos estudiara. Su hermano mayor trabajaba en el campo, y también tenía hermanitos menores que él.
Comencé a escucharlo y advertí que a José también le gustaba mucho el campo y quería trabajar para tener su propio dinero, igual que su hermano mayor. Esto me dio una idea.
En la hermosa biblioteca que tiene la escuela siempre realizaba allí mi selección de obras literarias para trabajar. A veces le sugería yo y otras ellos mismos elegían obras para leer. Luego hacíamos trabajos prácticos de las mismas.
Un día seleccioné obras de autores pampeanos. Quería sugerirle lecturas ambientadas en aquello que José conocía.
A partir de allí, el siempre me pedía relatos: ...“cómo esos, señora”; “como los del otro día...”
Así fue como José comenzó a volcarse con gusto a las actividades propuestas de trabajo en el área..
Ese año diseñamos juntos, todo el grupo de noveno un proyecto de producción de textos.
Sobre fin de año abordábamos temáticas relacionadas con el teatro. Entre todos surgió la idea de elaborar una obra teatral de tinte cómico para la fiesta de fin de curso.
Fiesta muy esperada y de mucha importancia para la localidad. Allí por supuesto José participó con entusiasmo, porque realizamos una obra con características bien nuestras.
José con su perfil movedizo e inquieto actuó motivado, comunicando lo que mejor sabía: la vida en la zona rural pampeana.
Ese día, en esa fiesta, José se sintió muy bien. Todo el grupo resaltaba su brillante actuación, y recibió muchas felicitaciones de la gente.
Finalmente, debo decir que yo me sentí feliz, fascinada por ese mágico encuentro. Aunque también algo acongojada porque tenía la sensación de que ese día quizá sería el último en que compartiéramos tan lindas experiencias. José debía rendir muchas materias ese año, y seguramente no lo haría...
Pasaron los años y en nuestra memoria como en las fotografías aún queda el grato recuerdo de la magnífica actuación de José.

Desafío

Nelly Graciela Lehr

Hace mucho tiempo me inicié como jardinera, pero al transcurrir solo diez años por las salas me encontré con una circular donde informan que el gobierno provincial efectúa una reorganización dentro del nivel inicial, así aparece la creación de los J.I.N (Jardines de Infantes Nucleados).
Yo estaba tranquila con mi grupo de alumnos disfrutando de su inocencia, con caritas sonrientes, sí; feliz en mi mundo, en lo que me gustaba, en lo que había elegido como profesión. ¡OH! sorpresa, aparece la lista para cubrir ese cargo que tan lejos veía, el de directora. Veo mi nombre plasmado en una hoja encabezando la lista.
Me quedé sin palabras, con la vista fija en aquel papel y pensé “esto no es para mi”. Pasaron unos minutos y comencé a reflexionar, comenté esta nueva situación a una compañera y amiga quien me impulso a aceptar este nuevo desafío para mi desconocido.
Llegó el momento de tomar una decisión y… acepté junto con mi secretaria para formar el primer equipo directivo de la institución. Recuerdo el día del acto ¡qué susto! Al ver un mundo de alumnos, de docentes, de autoridades, padres; mis ojos no podían captar todo. Me sentí aturdida, sin saber que hacer, con miedo, ansiedad, incertidumbre y muchos sentimientos inexplicables; ¿Qué hago en este lugar? Pensé.
No fue fácil encontrarme con doce salas distribuidas en siete escuelas de la zona, cuya sede funcionaria en mi pueblo ¡cuántas cosas nuevas!: viajar para supervisar, tomar desiciones, trabajar con gente grande, hacer notas, planillas, todo desconocido.
Comienza mi primer jornada de trabajo como directora: llego a la escuela con mi secretaria, lugar donde funcionaría la dirección. Converso con la directora de la escuela primaria para saber el lugar asignado para tal fin; así nos llevó a un aula pequeña, allá donde terminaba el colegio, sólo con un armario, un escritorio y una silla, todo vacío. Sentí mucha desolación en aquel momento, algo extraño corría por mi cuerpo sin saber por donde comenzar a armar este rompecabezas.
Notas, planillas mensuales, presentismo, cuadernos de actuaciones, planillas de cargo, declaraciones juradas, etc. etc. Todo nuevo, sin saber como resolverlas, preguntando, asesorándome, comencé a transitar por el camino del compromiso asumido.
A esto tuve que sumarle lo difícil que fue el cambio de tratar niños por adultos, así comencé a palpar las relaciones con personas y escuchar, expresiones como:
¡Quiero el turno de la mañana, a la tarde no!
¡Mi compañera no ordenó la sala!
¡No me dejó participar en el acto!
¡El papá de fulanito me contestó mal!, etc., etc.
¡Qué ardua tarea es conducir todo esto!
Este es un nuevo desafío que Dios me puso en el camino y que hoy puedo decir que también tiene sus frutos.
Así, junto con mis compañeras y con el correr de los años, puedo decir que se logró una institución independiente, con edificio propio, y que día a día va creciendo, con la mirada puesta en los niños que tenemos que educar.
Con amor y dedicación todo se puede lograr, hasta lo menos pensado.

Coincidencia

María Susana Lucero
Después de una corta licencia, cuatro días…
Pesada, apurada y con paso aligerado llegué a la escuela, sin maletín (por el peso), ya tenía bastante con mis seis meses de embarazo y mis doce kilogramos de más.
El bullicio de la entrada de los chicos me desorientó.
Escuché unos saludos y contesté al unísono, entre todas esas palabras resonaron algunas con mayor peso:
“Seño, vino… la extrañé”.
Sin detenerme, volteé y la ví… Guadalupe con su cálida y amplia sonrisa, sus enormes ojos verdes, ambos dibujaban la complicidad y la picardía en su rostro, característica de toda niña de 12 años.
Alumna de séptimo año, de una necesidad infinita de comunicarse con los demás, especialmente con sus compañeros, en las horas de Naturales (mis horas); de enojos impulsivos y contestaciones rápidas ante mis llamados de atención.
Así es Guadalupe, una mezcla de rebeldía, inocencia y picardía.
Podría afirmar que no coincidíamos ni en tiempo, ni espacio, ni en idioma.
Eso me preocupaba, no encontraba como acercarme a ella; los elogios no resultaron ni tampoco el marcarle que su comportamiento y actitudes habitualmente eran impropias. Digo impropias para el lugar, el momento. Porque reírse es muy bueno (y ella lo hacía muy seguido) alegra la vida, llena vacíos, y acaricia el alma. Pero… cuando otro está hablando o explicando; en este caso era el papel que cumplía yo; no causaba ese efecto; sino que provocaba distracciones.
En un solo instante recordé todo eso y quizás mis ojos y una mueca hablaron por mí.
Creo que Guadalupe lo supo… fue en ese momento que podría decir que coincidimos en tiempo, espacio e idioma.
Y a pesar de todo… volvió a repetir y afirmar: “En serio, seño… la extrañé”.
Solo reaccioné diciendo “gracias”.
Desde ese día Guadalupe y yo también compartimos más que horas de Naturales; coincidimos en que lo humano es lo más importantes y que a veces los adultos nos olvidamos.
Guadalupe me enseñó lo importante que es compartir una sonrisa, risas, comentarios y no solamente lecciones, explicaciones, evaluaciones.

"Candela"

Norma Noemí Muller.
María Laura era una de mis tantas alumnas de 2º ciclo, callada, tímida y silenciosa, de apariencia sombría y melancólica. pero ... a pesar de ello, allí en el fondo de sus ojos le bailaba una llamita, a veces, al máximo, a veces, al mínimo, según la situación .Frente la taza humeante de leche, la llama se hacía tan alta que era capaz de chamuscarle el flequillo, pero si tenía que pasar al pizarrón la llamita quedaba moribunda ... y aquí estaba el problema ...mi intención como docente era que esa "llama" permaneciera siempre encendida, motivada por el interés de aprender cada día .Un día quedé a solas con ella. Le pregunté cual era el motivo de su desinterés por aprender y me contestó:
-No, seño, no es eso...
- ¿ Y qué es entonces?
- Lo que pasa... es que tengo miedo de equivocarme y ser la burla de mis compañeros ...
-¡No te preocupes por eso! , pues todos podemos equivocarnos y lo que importa es "aprender" del error, y si no ¿para qué estamos los docentes, sino para enseñar? le contesté .
Me miró , un poco asombrada, y luego sonrió.
Y aprovechando este buen momento le dije : "te voy a contar un secreto" : para mí vos sos "Candela" y no María Laura, porque yo quiero que tus ojos se enciendan -cual "candela encendida"- cada vez que te pregunte algo y vos me contestes con la seguridad que te da el conocimiento y la confianza en vos misma. Levantó la cabeza, sus ojos encendidos se posaron en mí y con su voz aún dudosa y emocionada me contestó:
-Tiene razón seño, a partir de hoy lo voy a intentar y seré merecedora de mi nuevo nombre:"Candela".¡Estoy segura que lo lograrás!

A pesar de todo… volvería a elegirte

Eliana Elisabet Baiardi
Era un día más de trabajo como directora de Tercer Ciclo, planifiqué mi jornada desde las 10 hasta las 17: 15 horas.
En lo que quedaba del turno de la mañana intercambio algunas apreciaciones con dos docentes de 8ºB con respecto al rendimiento escolar de Julián pues la mamá se ha acercado al colegio a manifestar su preocupación frente a las bajas notas con que ha sido evaluado en las últimas semanas… Firmo algunas notas que deben ser enviadas sin falta al final del día.
Con un ambiente tranquilo se inicia el turno de la tarde.
Una de las auxiliares docentes se acerca y me dice:
- Retálos, porque estuvieron terribles en la formación de ayer a la salida!
Yo la miro entre sorprendida y risueña …¡yo no estaba enojada!. No estaba motivada para el reto!.
Cuando sonó el timbre y los alumnos estuvieron formados se me dio lugar para que les llamara la atención por lo sucedido el día anterior ¡salió malísimo! ¡no estaba enojada!. La situación me recordaba esa frase tan conocida y tan mal empleada - ¡vas a ver cuando venga tu padre!
Junto a Carina, una de las auxiliares docentes, nos dedicamos a trabajar sobre un proyecto compartido con la E.P.E.T. Nº5, pues la Coordinadora solicitó su evaluación. Después de tener avanzado el trabajo decidimos que al concluir el último recreo nos acercaríamos a la Institución para dialogar con el Director y los maestros de taller para poder cerrar así el tema.
En el transcurso del último recreo, junto a varios docentes rodeábamos la mesa de la sala de profesores, charlábamos todos con todos, circulaba el mate hasta que de pronto en el pasillo se hace un silencio tan impresionante que también nosotros nos callamos…
-Algo pasó! – digo
- No seas pesimista! – dice una de las docentes.
Pero al mirar hacia el pasillo pasan dos auxiliares docentes con un alumno con la cabeza gacha rumbo al baño.
Me dirijo hacia allí, me paro en la puerta y observo la situación…Carina echaba agua sobre uno de los ojos del alumno. La otra auxiliar docente, con sus anteojos tal como si fueran una lupa, miraba el ojo del niño de donde manaba mucha sangre.
-¿Qué pasó? – pregunto
- Traé a González! Tráemelo! Le pegó un cascotazo en el ojo!
Yo pienso: ¿de que sirve en este momento traer al culpable? Y expreso en voz alta: -No sería mejor llevarlo al Hospital.
Y para ahí partimos el alumno, Carina y yo. Mientras la auxiliar docente acompaña al niño al interior de la enfermería, quedo sola en la sala de espera, inquieta hasta saber que es lo que ha pasado realmente… lo del niño era superficial, lo llevamos a casa de sus padres y volvimos al colegio.
Faltaba muy poco para terminar la jornada, pero sirvió para calmar a los que allí habían quedados preocupados por ese ojo lastimado.
Vuelvo a quedarme sola con mis pensamientos…Cuantas cosas he tratado de resolver hoy! De tan diferente índole! Había quedado postergada la evolución del proyecto por una cuestión tan inesperada como común en el ámbito escolar. Pero cómo me cuesta entender que no puede existir un organigrama estricto en mi tarea! ¡Como sigue costándome adaptarme a todo lo impredecible! Sin embargo, al rato, comienzo a organizar una nueva jornada, un nuevo proyecto, a intentar plantear nuevas propuestas para continuar en este camino asombroso que es la educación. En fin, tácitamente estoy diciendo: a pesar de todo… vuelvo a elegir esta profesión; a pesar de todo… vuelvo a elegir continuar en este cargo que la mayor parte de las veces trae aparejado una inmensa carga de responsabilidades.

Los contrastes de mis primeras experiencias

Nair Del Malvar
Todo comenzó el año pasado (mediados del mes de septiembre). Luego de tanto esfuerzo y dedicación, teníamos que recorrer la residencia ...miedos???. Un montón, más si les digo que me tocó “primer grado” mmmmmmmmmmmmmmmmm, y qué primerito!!!!
Unos días antes de comenzar fuimos a ver a la maestra para que nos diera los temas que debíamos planificar; nos comentó cómo era la dinámica del grupo, cuántos alumnos había y todo aquello que conlleva al día de clase.
Los niños/as sabían que íbamos, así que nos esperaban, al igual que nosotras, ansiosas. Entramos en el aula ...¡qué nervios! (yo me pregunto ¿cómo unos niños tan pequeños ponen tan nervioso a un adulto? ¿no?). La maestra nos presenta; ellos bien paraditos al costado del banco -hecho que puede resultar muy tradicional, pero como estaban parecían el Gato con botas de la película Shreck– unos dulces, saludan y toman asiento... Por supuesto que se escuchaba un pequeño bullicio, son niños y es entendible.
La maestra advierte que las sillas no alcanzan y sale en busca de ellas. De repente un alumno se acerca y me pregunta si puede decirle algo a sus compañeros.
-Por supuesto-, le contesté...
Tomé coraje y levantando el tono de mi voz les digo:
-A ver si hacemos un poco de silencio que un compañero va a contar algo-.
El aula de golpe enmudeció. El niño se para frente al pizarrón y comienza:
-“Yo quería decirles que a partir de ahora no me llamo más (supongamos) Juan X, ahora me llamo Juan M X porque mi papá me dio el apellido-.
No, no, no, no... no se imaginan cómo quedé luego de tal declaración. Los compañeros de un momento para el otro comenzaron a llamarlo por su nuevo apellido como si nada. Increíble el poder de adaptación ¿no?.
Todo esto sucedió en los primeros cinco minutos de mi primer experiencia como maestra. Imaginen cómo siguió el resto de nuestra residencia.
El grupo nos llevaba a mil por horas (perdón, no aclaré pero la residencia es en pareja) y pensar que antes de entrar estaba horrorizada. Era increíble la rapidez con la que adquirían los conceptos, el lenguaje que utilizaban. Si hubieran leído las producciones no podrían creerlo. El corto tiempo que estuvimos con ellos fue mágico, si algo se logró fue que me enamorara de “PRIMERITO”.
Si bien, todo tiene un final...mi camino por la docencia recién arrancaba y con muuuucho envión.
Ese año terminó sin demasiados sobresaltos, ¡ah, perdón...nos recibimos!.
El año entrante, que por cierto es éste, parecía prometedor. Y por suerte así fue. Al principio, como todo, debes esperar a que te llamen y, sabiendo que lo que vendrá, serán suplencias de corta duración, por lo menos al comienzo.
El día esperado llegó. Salía del Centro de Designaciones y fui a avisar que mi primer suplencia (cortísima, quince días había finalizado. Iba caminando sin pensar que el celular sonaría para semejante noticia:
-Hola, te llamo de la Escuela Hogar por la suplencia de un mes, con la posibilidad de que se extienda ¿la tomás?-.
Mi corazón latía a mil, era justo lo que quería, ir a trabajar a una Escuela Hogar. Con mis hermanos hemos sido alumnos de este tipo de escuela. Las escuelas hogares han formado parte de nuestras vidas, más en mis hermanos que yo, por cuestión de edad). Mi respuesta fue obvia. Sin saber ni si quiera dónde quedaba, contesté rápidamente, como si estuviera compitiendo contra alguien o si alguien podría meterse en la conversación, -¿sí, si la tomo!”- A partir de allí me dieron todas las indicaciones...”te toca primer y segundo grado, traé algún material porque acá no hay nada, son poquitos chicos pero el trabajo es constante...y bla ,bla ,bla...
Otra vez los nervios de punta. Para llegar a la escuela tenía que ir hasta un pueblito cercano a mi ciudad, de ahí salía el colectivo que llevaba a los alumnos, personal docente sin vehículo, cocinera, lavandera y también la comida de la semana. Llegué al lugar Los chicos estaban todos paraditos con sus familias y los bolsos aguardando la partida. Se hacía la hora, subimos y aquí comienza mi segunda experiencia.
El viaje no era largo en distancia, quedaba a 150 km de mi ciudad, se hacía largo por el mal estado del transporte. En medio de la ruta frena a esperar que lleguen dos alumnos de un campo (viajan en un tractor o a caballo hasta la ruta) y cuando toma la calle de tierra, ahí sí...”agarráte Catalina”...intransitable , parecía que nos íbamos a quedar encajados. Me contaron que en algunas oportunidades han tenido que bajar los chicos para que el cole pueda subir.
Y llegamos a la escuela, bien metida en el medio del campo, mirabas a la derecha y tenías campo, si mirabas a la izquierda no creas que ibas a encontrar otra cosa que no fuera eso.,..campo!. Estaban la directora, el maestro de quinto y la profesora de manualidades. Me presenté, me llevaron a conocer las instalaciones, y entre una cosa y otra se hizo la hora de almorzar.
Al otro día empezaría a trabajar con mis alumnos Entre los dos grados tenía 16.
7 de la mañana,¡ arriba!, oscuridad total. De golpe siento un fuerte ruido de motor y ...¿se hizo la luz!. Me acomodo, y voy al encuentro. Entro en el comedor, están tomando la leche; esperan que lleguen los chicos externos, son un grupo de 6 alumnos que viven en campos aledaños y todos los días una mamá los acerca a la escuela y se queda hasta la hora de salida. Llegan. Un alumno va a tocar la campana,. Salimos todos, forman, saludan a la directora, y ésta da la orden de ir al aula.
Los alumnos parecen animalitos, se chocan entre si, se golpean, se insultan, corren los bancos sin levantarlos ...Acá si que el bullicio y el ruido son grandes y aturdidores, pareciera que quieren hacerse escuchar en medio de tanta soledad.
Entro. Nadie deja de hacer todo aquello que dije recién que hacían. Dejo mis cosas en el escritorio; observo el aula (las paredes vacías, un aula limpia pero abandonada); cómo se distribuyen los alumnos, y finalmente decido pararme frente al pizarrón a ver si da resultado. Algunos se dan cuenta y empiezan a hacer silencio, pero de la forma en que lo hacen parece que pidieran lo contrario. Tomo fuerza, saludo y comienzo por presentarme. Les pido que se presenten: pregunto cómo trabajaban, que me cuenten cómo es la dinámica del grupo, pido un cuaderno de primer y uno de segundo para ver por dónde iban con los contenidos...y a buscar en” la galera “actividades, porque no habían dejado ninguna actividad como para pasar el primer día.
Todos los alumnos trabajaban los mismos contenidos y, a simple vista, los dos grados eran parejos...pero no!. Por suerte no pasó mucho tiempo para darme cuenta que había grandes divisiones en cuanto a la adquisición de contenidos por parte de los alumnos, y claro , al principio las clases para unos eran interesantes pero para otros eran totalmente aburridas La consecuencia es más que obvia...al aburrimiento le sigue el molestar al compañerito, no hacer nada, divagar por el aula, y todo comportamiento unido a un total desinterés por lo que yo daba. ¿Qué desesperación la mía!.
Era muy diferente a mi primer experiencia en primer grado, allá los chicos eran un avión, acá tuve que frenar, a considerar el aula como un tren con muchos vagones en los que viajaban distintos grupos, los más cerca de la máquina eran los más avanzados, el vagón que seguía un poco menos y así sucesivamente.
Además de maestra, tenía que ponerme en el papel de segunda mamá, de enfermera, de maestra recuperadora. No sé si decir que el trabajo es doble, sí puedo decir que es distinto. Por cierto también gratificante.
En esta escuela mi trabajo no pasaba sólo por lo pedagógico, había que ayudar a bañar a los chicos (en realidad cuidar las duchas), servirles la comida, esperar que se durmieran, prender y apagar el motor de la luz cuando estás de turno o guardia, limpiarles la cabeza, coserles alguna prenda por que su estado no puede esperar la salida siguiente (cuando se van a sus casas).
En lo pedagógico estás solo, no hay ningún grupo de apoyo para guiarte; los chicos necesitan otro tipo de ayuda especializada; uno hace lo posible por darla pero sabe que no alcanza. Una alumna de primero, hablaba como una niña de 4 años, también así escribía y leía. Cuando me doy cuenta de que, aunque su maestra la llevaba igual que al resto, tenía serias dificultades, entonces comencé a trabajar con ella de otra manera. Busqué actividades que fueran acordes a su nivel, cambié de estrategias, la buscaba en horario extraescolar para darle apoyo. A veces me desesperaba. La directora me recomendó que utilizara el método de palabra generadora, que probara a ver si daba resultado.
Cuestión que, un día me decido. Llevo una actividad en la que debía dibujar a su mamá, luego con cartelitos y todo lo que indicaba el método. Le presento la palabra MAMÁ, se la leo, la deletreo, le pregunto sobre las letras que la conforman y hasta ahí todo bien, cuando le digo.
- “Bueno, a ver ¿qué dice entonces acá? – señalando la palabra MAMÁ
la alumna me responde con toda seguridad:
-“¿BELLA! Señorita”-
En el momento tuve que contener la risa, luego quería llorar. Esta niña necesitaba una ayuda urgente y no era precisamente la mía.
Como verán, los contrastes son grandes, dos escuelas, dos primeros años, dos contextos. Lo importante es no olvidar nunca lo que somos y cuál es nuestra tarea más allá de los contrastes que nos tocan vivir.

La articulación con un colega

Elizabeth Spetter
Era una mañana como tantas otras, nos encontrábamos en el recreo cuidando el sector que correspondía a cada uno de los docentes. Ya había quedado atrás la hora de ciencias naturales, donde se estaba trabajando con los alumnos sistema circulatorio. En el pizarrón teníamos registrado todo lo que se había hablado del tema pero llegaba la hora crucial. Un colega que da plástica a los alumnos, cuando llega lo primero que dice es:
_ tengo con tus alumnos así que lo que haya en el pizarrón lo voy a borrar.
Yo lo mire con cara de asombro y en primer lugar le dije:
_ “Buen día” y que por favor me usara un solo pizarrón porque los niños tenían un trabajo oral que no alcanzaron a copiar en los cuadernos,
_ ¡total con uno te alcanza! A esto me respondió
_ no, voy a usar los dos para realizar el dibujo que los alumnos deben copiar.
Me pareció horripilante que él dibuje y los alumnos copien, ¿dónde esta la imaginación que ellos tienen?¿dónde queda el criterio de cada uno para realizar el dibujo que ha uno le parezca adecuado al tema.
Esto se produce generalmente cuando los especiales no tienen un espacio físico, lo que provoca que tengan que utilizar el aula de clase provocando un caos, ya que se produce una movilización de los alumnos dentro de la misma que cuando termina la hora y volvemos al dictado de clase se pierde mucho tiempo hasta que los pequeños se vuelven a acomodar y a veces cuesta retomar el tema.
Lo bueno fue que se pudo sugerir que no haga el dibujo en el pizarrón sino que trabaje oralmente; que se puede crear mucho con respecto al tema dado y que puedan los alumnos desplegar su imaginación, que es bellísimo ver como ellos crean y no que copien.
También una cosa importante seria que los directivos observaran a los especiales en sus tareas y que les proporcionan un espacio físico, esto haría todo más fácil.
Lo que se puede rescatar de esta experiencia es que hablando se pueden lograr muchas cosas buenas.
Por eso es importante el dialogo cuando se presenta alguna dificultad o un problema, no lo duden vale la pena y no olvidemos que formamos para el futuro.

Llamado esperado

Marcela Beatriz Nunia
Un 16 de agosto, mi primer día de clase. Suena el teléfono, atiendo. Desde el Centro de Designaciones, me llaman para cubrir un cargo como suplente para el turno tarde. Acepto. Es tal la alegría que no me deja pensar, ¡por fin llegó el día!.
Posteriormente llamo a la escuela para dialogar con la directora y consultarle sobre qué temas tenía asignados ese día. Preparo la actividad.
Llega la hora de salir, mientras voy camino me pregunto ¿Cómo me recibirán los niños?.
Estoy frente a la escuela; entro, me presento ante la directora; suena el timbre. Me comunica qué patio me corresponde vigilar; salgo hacia fuera, me encuentro con varios niños que me preguntan:
-¿Maestra de qué es usted?.
Respondo. Sigo hacia el patio, allí hay otras docentes, entre ellas la del grado que me han asignado, me pone en conocimiento sobre los chicos; vuelve a sonar el timbre de entrada; los hacemos formar y pasan al grado. Voy acompañada de la maestra; entramos, me presenta y se va. Cierro la puerta, los saludo. Comienzo preguntando, si tienen trabajo anterior sin terminar; me contestan que no; empiezo con la clase, dando el tema. Todos prestan atención, cuando termino les digo: -
-¡A trabajar!
Algunos preguntan no sobre el trabajo sino por mi edad, si soy casada, si tengo hijos... Lo hacen por curiosidad, les contesto y digo: -
-¡Bueno, basta de preguntas! a trabajar que la hora se pasa rápido.
Cuando quise acordar suena el timbre, termino la hora, les hago recordar que traigan el trabajo para continuar la próxima clase, los saludo y salen al recreo.
Con el correr de los días la tensión fue disminuyendo al ir conociendo el nuevo mundo de la escuela, que no imaginaba para nada cómo es, qué se hace, qué se siente, ya que cuando uno se recibe no tiene incorporado muchas cosas que se aplican tanto a nivel humano como profesional.
Hoy en día, espero cada suplencia de manera distinta a la del primer día de clases.

Elipsis Institucional

Silvia Orozco
Mi primera experiencia como docente fue el 4 de agosto de 1997, en la Escuela Nº 74 de Santa Rosa como maestra especial de Plástica. Cuando me designaron me sentí sumamente Importante, alegre. Por fin comenzaba a practicar la docencia; a los cinco segundos me pregunté ¡Que Hagoooo!!!!.
Me presento en la Institución por supuesto, con susto que se me notaba con sólo mirarme. Me recibió la auxiliar de dirección y automáticamente, sin tiempo de omitir media palabra, me dijo: te toca cuidar aquel patio, te toca con tal y tal año y la declaración jurada la hacés mañana.
Me voy al patio a ocupar el lugar que me habían asignado. Atemorizada y con sentimientos desencontrados por esta nueva etapa que estaba enfrentando. Ser docente y tener la responsabilidad de proteger a mi primogénito que estaba en mi vientre con siete meses de gestación.
La paradoja de querer estar con los alumnos brindarles mis conocimientos y el miedo por la avalancha de esos niños, contra mí panza por curiosidad de querer saber ¿Quién era? ¿Qué hacia allí? ¿A quién le iba a dar clase?, etc.
Tocó el timbre, ingresamos al aula, me presento, miro las carpetas y les doy la actividad a realizar y, en ese preciso momento, sentí que la experiencia áulica era positiva. Los alumnos me devolvieron con su afecto espontáneo la tranquilidad de mi inexperiencia y de haber sufrido la ausencia institucional.
De todo esto me quedó una duda: ¿Todo lo aprendido en el instituto donde me formé y me enseñaron me motivaron para comenzar mi práctica docente?. Porque a partir de mi inicio me di cuenta que eran dos hechos antagónicos ya que la articulación maestro–maestro especial no existía. Era yo y mi circunstancia.
Mis proyectos con sus expectativas y logros se esfumaban en un querer hacer: Maestro.

Mis días en Guaminí

Marisa Tentella
Mis días en Guaminí transcurrieron casi sin darme cuenta. Era mi primer trabajo como docente; esto es algo fácil de decir y difícil de realizar.
Sin ninguna experiencia llegué a ese pequeño pueblito, rodeado por grandes lagunas, calles porosas y arboleda envejecida. Fue hace un poco más de veinte años, pero algunos recuerdos permanecen intactos.
El trabajo llegó solo, no lo tuve que buscar. Era un centro de formación docente que recién se iniciaba. Las clases comenzaban a las seis de la tarde y finalizaban como a las diez de la noche.
Había un micro, pagado por la municipalidad, que se ocupaba de llevar y traer docentes y alumnos que habitábamos en pueblos cercanos.
Mi carga horaria eran una vez a la semana, ¡Que fastidio sentía al pensar en el viaje!, sensación que se disipaba no bien me subía al micro. Debíamos salir tempranito después del almuerzo para tomar el único medio de traslado, un colectivo, ¡muy antiguo!, para recorrer treinta kilómetros en un tiempo aproximado de una hora.
Viajábamos docentes y alumnos, todos juntos, sin diferenciar jerarquías. Compartíamos el mate, galletitas y alguna historia personal que se dejaba ver cada tanto.
Durante los días invernales nos acompañaba una garrafa con una pantalla enroscada que hacía las veces de calefacción. ¡¡Tuvimos suerte y nunca ocurrió una catástrofe!!
Lo más gratificante del día era llegar y poder conversar un rato con la directora.
-¿Cómo estas chiquita?, me decía.
Esas palabras estaban cargadas de un enorme afecto que se dejaba ver por medio de la comprensión y el acompañamiento que siempre recibí.
Ella fue la persona que me enseñó como hacer mi primera planificación, me apoyó positivamente en las propuestas y por sobre todas las cosas me valoró como persona.
Tuve suerte de encontrarla; una estrella que me guió….como dicen algunos.
Siempre vivimos en la vida experiencias que marcan nuestro camino.
Durante esos días de trabajo conjunto donde, en cierta forma, todos aprendíamos, viví momentos diversos que me sorprendieron. Algunos de mis alumnos eran mayores que yo, porque hacía años que estaban esperando una oportunidad para estudiar y no podían salir a buscarla, tenían que esperar que llegara. Son las desventajas de vivir en un pueblito pequeño, alejado de las grandes ciudades donde las “ofertas” son pocas y las “ganas” son muchas.
Personalmente siento que todos, de alguna manera, crecimos durante esos días, más allá de las dificultades que se nos presentaban a diario. Sin embargo, a pesar de docentes que no se conseguían para cubrir las horas, espacios físicos que faltaban, alumnos que requerían mucha atención, logramos formar una gran familia con muchas expectativas y con un objetivo en común “enseñar y aprender”.

Reto por Reto

Carina Paz
Esta experiencia que les voy a relatar sucedió hace unos cuantos años atrás… cuando comenzaban mis primeros pasos en la docencia y creía muchas “cosas” que me las imaginaba magníficas pero que con la práctica se fueron diluyendo.
Todas las suplencias que realicé al principio fueron cortas; una semana, tal vez dos y si la suerte estaba de mi lado quizás completaba el mes...pero, bueno, eso era pedir mucho.
Una mañana… como tantas otras, fui convocada por el Centro de Designaciones para realizar una suplencia en una escuela de Santa Rosa a la que accedí de inmediato porque ya había trabajado allí y lo hice en cómodas condiciones. Me dirigí con las expectativas de siempre, bien predispuesta y con buen humor, en busca de una experiencia nueva. La docente a cargo del grado que me iban a asignar había dejado una evaluación y, a continuación, debía desarrollar un tema nuevo. Como corresponde realicé lo pedido, tomé la evaluación y como algunos alumnos habían terminado, les permití conversar en voz baja hasta que sus compañeros hicieran lo mismo. Minutos más tarde entró, sin pedir permiso, como “una fiera”, la señora directora, con gesto y voz alterada, preguntando:
---¿Por qué se escucha tanto bullicio???.¡Desde la dirección los escucho!!! ¿Qué están haciendo?
Tranquilamente y con pausa le respondí que los alumnos que habían terminado la evaluación podían conversar hasta que el resto de sus compañeros lo hicieran o tocara el timbre, porque en realidad faltaba muy poco tiempo. Ella, ofuscada, y con tono violento me dijo:
-¿Y después de esto qué tenés que darle?
A lo que contesté:
-Un tema nuevo, pero como quedan pocos minutos iba a darlo mañana.
- De ninguna manera!!!!! Empezá ahora, así queden dos minutos…
Todos quedamos atónitos, no volaba una mosca, un silencio casi sepulcral... Pegó media vuelta y se retiró. Apenas se fue, los chicos culpándose unos a otros se decían que por culpa de ellos habían retado a la seño!!!
Respirando profundo, hice oídos sordos a los comentarios de los chicos y cuando quise seguir con lo que había “sugerido” la señora directora…tocó el timbre. En ese momento me sentía rara, nunca me habían “hablado” así y mucho menos delante de los alumnos; una mezcla de distintas sensaciones venían a mi mente, tenía tanta bronca...unas ganas de irme y mandarla a freír churros, por no decir otra cosa más grosera, pero ustedes se imaginarán cual,….conté hasta mil por lo menos y seguí…
Cuando volvimos del recreo, los chicos tenían hora especial, entonces me dirigí a la sala de maestros, sin poder decir nada a nadie, ya que era nueva y mucha bolilla no me daban. Fue allí, que la señora directora me llamó y se disculpó por la forma en que se había dirigido hacia mí en el aula, argumentando que estaba enojada porque la “señora coordinadora” la había retado por algunos temas y que sin darse cuenta descargó su furia conmigo.
Ustedes pensarán… ¿la disculpaste? Sííí…no fue fácil pero la perdoné…porque todos podemos tener un mal día ¿o no?