miércoles, 23 de abril de 2008

Educar en el amor

Silvia Fibiger
Primer día de clases. Sonó el timbre de entrada.
Un niño de diez años, tez blanca, cabello corto lacio, ojos marrones muy vivaces, estatura mediana, cargado de energía y expectativas por reencontrarse con sus ex compañeros. Se acerca a la formación y trata de ubicarse en una fila que no le correspondía. Desafía mis indicaciones.
Era posible pensar muchas razones por las que lo hacía.
Por lo que pude observar en ese momento buscó aliarse con quienes sentía mayor afinidad.
Era el primer año que me desempeñaba en esa institución, ¡mi localidad!
Me sentía emocionada, expectante, nerviosa, alegre.... No conocía las historias de quienes serían mis alumnos y mucho menos la de Mario a quién empecé a conocer, primeramente, por versiones de mis colegas que ya sabían de su desempeño (algo revolucionario, de mal comportamiento...., que provenía de otra provincia, pero conocía la institución ya que había transitado en ella los primeros años escolares.)
Ya en el aula, cuando estuve frente al pequeño grupo, me presenté como su maestra, mi forma de trabajar, indicaciones.......Traté de ponerme a la defensiva. Me mostré exigente y severa para no darles posibilidad de atrevimiento ni confianza.
Pasaron varios minutos y Mario comenzó a “probarme” llamando mi atención de diferentes formas.
Quizás creyó que dejaría el aula o que iba a llamar a alguien.
¿Qué podía hacer para que no siguiera con esa actitud?. Sacarlo o apartarlo del aula, sancionarlo......
Puse en práctica la herramienta que me ha dado hasta ahora mayor resultado “la paciencia”·
Así transcurrieron los días y comencé a conocer su impactante y particular historia personal.
Con carencias de afecto, comprensión y amor por parte de sus progenitores.
Ignorado por su madre.
Vive con su abuela desde que nació.
Probé vincularme a él con un gesto, una mirada, una sonrisa....
Y aquí viene un toque de magia. Un toque de Dios si se quiere.
Cierto día la directora nos informa que todos los alumnos de las escuelas primarias de varias localidades del país estaban invitados a participar de un concurso realizado por el sistema de cable satelital. El premio: UNA COMPUTADORA.
Pasado un tiempo conocimos la feliz y ansiada noticia. Había pasado algo fantástico!!!!!! ¿¡Saben qué!? Mario se ganó el premio.
Felices y emocionados, no dudamos en decir: ¡fue una bendición de Dios!, ¡qué suerte que tenés! dijeron sus compañeros, ¡algo bueno debía tocarle! dijo su abuela cuando hablamos con ella aquel día en que Mario recibió orgulloso su premio.
Considero que esto contribuyó a levantar su autoestima, a no sentirse tan marginado y marcado por tantos desprecios sufridos.
Tantos momentos compartidos y vividos, el afecto y el amor colaboraron en hacer que en poco tiempo nuestra relación fuera casi familiar.
Se inició un nuevo ciclo.
Esas cosas de Dios: volvió a reunirnos. Mario y yo juntos otro año.
Los ojitos de mi querido alumno se iluminaron, tímidamente alargó su manito y me dijo: -le traje un regalito, sabía que volveríamos a encontrarnos -.
Una vez más lo más importante fue el vínculo. Lo más importante es el amor, SIEMPRE.

No hay comentarios: