miércoles, 23 de abril de 2008

“Un comienzo inesperado”

María Silvia Alarcia de Díaz
El día despierta lentamente en una tranquila mañana de campo, mis ilusiones, mis ansiedades, mis miedos y también mi alegría amanécen junto a ella; inicio mi experiencia como docente en una escuela rural.
Con mucho entusiasmo me preparo: útiles ordenados, clase prolijamente planificada, sobre mi cuerpo un hermoso y florido vestido futura mamá, zapatitos nuevos, medias finas, pelo ondulante, suave pintura y mucha expectativa abundaba en mí.
Comienzo mi viaje en auto, me esperaba un recorrido de 25 Km de caminos salitrosos.
A unos 2 Km de mi salida y debido a las lluvias del día anterior me quedé varada en medio de una inmensa laguna. Supuse que el camión lechero a esa hora de la mañana pasaría como todos los días.
Luego de una hora de interminable espera, de contemplar la cantidad de agua que me rodeaba y sentir la soledad en mi piel, decidí salir del auto caminando sin saber por dónde. Embarrada, mojada y triste comienzo a marchar en busca del tambo más cercano.
Ante mis primeros dolores comprendí que el hijo que llevaba en mi vientre compartía estos sentimientos encontrados, rezaba y suplicaba que no se le ocurriera nacer en ese momento; esto me dio pánico y a su vez fuerza para caminar aproximadamente 30 minutos.
Casi desolada y a punto de sentarme a llorar descubrí a mi izquierda un reflejo rojo de algún techo, rodeado de una frondosa arboleda.
Los tamberos al divisarme corrieron en mi auxilio y me acercaron hasta la casa donde vivía.
Las lluvias continuaron y mi primer día de clase se postergó una semana.
En mi recuerdo está intacta esa vivencia y al retornar a mi querida e inolvidable escuela campestre todo se convirtió en alegría, emociones y expectativas cumplidas.
Compartí junto a padres y a siete inocentes, sanos y cariñosos pequeños un año de mutuos aprendizajes que guardo en lo profundo de la que considero mi mochila del alma.

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