miércoles, 23 de abril de 2008

Del dicho al hecho en la discriminación

Mirta S. Weht
Mi primer suplencia, como maestra de actividades prácticas, comenzó con una semana de clases en un pueblo cercano a Santa Rosa, en una escuela con olorcito a casa de campo. Las suplencias correspondían a EGB I y II aunque un día tenía que ir a dar dos módulos en 7º Año en el colegio secundario del lugar. Cuando llegué me presenté. Comenzaron a mirarse entre todas porque creían que nadie iría en lugar de la titular y mandaron a la preceptora al aula a ver si estaban los chicos o entraban más tarde, mi desconcierto era total. La preceptora vuelve para avisar que los chicos están en el aula. La directora me dice que ni les muestre mi sonrisa, que eran tremendos, que eran los repitentes. Me acompaña al curso la preceptora con cara de pocos amigos.
Ingreso, los saludo, me presento, les pido que me digan sus nombres; dialogo con ellos para saber si tenían trabajo comenzado y en ese momento se abre la puerta y se asoma la docente del otro 7º, de la misma materia, y señalándolos recalca: “son los repitentes”.
Sentí dentro de mí tal mezcla de sentimientos! ¿Era necesario categorizarlos tan abiertamente?. ¿Es tan grave ser repitente? Si entre todos partiéramos de la realidad de estos chicos en vez de poner esta denominación-sanción, tal vez encontraríamos los medios y las estrategias para que estos hechos se revirtieran. Pero para ello, los docentes deben contar con saberes que modifiquen actitudes y modelos de enseñanza.

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