miércoles, 23 de abril de 2008

Mis días en Guaminí

Marisa Tentella
Mis días en Guaminí transcurrieron casi sin darme cuenta. Era mi primer trabajo como docente; esto es algo fácil de decir y difícil de realizar.
Sin ninguna experiencia llegué a ese pequeño pueblito, rodeado por grandes lagunas, calles porosas y arboleda envejecida. Fue hace un poco más de veinte años, pero algunos recuerdos permanecen intactos.
El trabajo llegó solo, no lo tuve que buscar. Era un centro de formación docente que recién se iniciaba. Las clases comenzaban a las seis de la tarde y finalizaban como a las diez de la noche.
Había un micro, pagado por la municipalidad, que se ocupaba de llevar y traer docentes y alumnos que habitábamos en pueblos cercanos.
Mi carga horaria eran una vez a la semana, ¡Que fastidio sentía al pensar en el viaje!, sensación que se disipaba no bien me subía al micro. Debíamos salir tempranito después del almuerzo para tomar el único medio de traslado, un colectivo, ¡muy antiguo!, para recorrer treinta kilómetros en un tiempo aproximado de una hora.
Viajábamos docentes y alumnos, todos juntos, sin diferenciar jerarquías. Compartíamos el mate, galletitas y alguna historia personal que se dejaba ver cada tanto.
Durante los días invernales nos acompañaba una garrafa con una pantalla enroscada que hacía las veces de calefacción. ¡¡Tuvimos suerte y nunca ocurrió una catástrofe!!
Lo más gratificante del día era llegar y poder conversar un rato con la directora.
-¿Cómo estas chiquita?, me decía.
Esas palabras estaban cargadas de un enorme afecto que se dejaba ver por medio de la comprensión y el acompañamiento que siempre recibí.
Ella fue la persona que me enseñó como hacer mi primera planificación, me apoyó positivamente en las propuestas y por sobre todas las cosas me valoró como persona.
Tuve suerte de encontrarla; una estrella que me guió….como dicen algunos.
Siempre vivimos en la vida experiencias que marcan nuestro camino.
Durante esos días de trabajo conjunto donde, en cierta forma, todos aprendíamos, viví momentos diversos que me sorprendieron. Algunos de mis alumnos eran mayores que yo, porque hacía años que estaban esperando una oportunidad para estudiar y no podían salir a buscarla, tenían que esperar que llegara. Son las desventajas de vivir en un pueblito pequeño, alejado de las grandes ciudades donde las “ofertas” son pocas y las “ganas” son muchas.
Personalmente siento que todos, de alguna manera, crecimos durante esos días, más allá de las dificultades que se nos presentaban a diario. Sin embargo, a pesar de docentes que no se conseguían para cubrir las horas, espacios físicos que faltaban, alumnos que requerían mucha atención, logramos formar una gran familia con muchas expectativas y con un objetivo en común “enseñar y aprender”.

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