miércoles, 23 de abril de 2008

¡Violencia “borradoresca” educación grotesca!

Florencia Bardin
Mi acercamiento a la docencia ocurrió en mi primer año de magisterio durante las ayudantías áulicas y, si bien me faltaba mucho en mi formación -¡corrección!, me sigue faltando mucho- mis alumnos no lo sabían y esperaban a su maestra suplente. Toca el timbre y la vice-directora me indica cuál fila corresponde a 5° grado. Saludamos a la bandera y en el correspondiente ritual no veo caras de mucha solemnidad.
Una voz indica que pasen a las aulas y yo paso a dirección para “algunas indicaciones”. Análisis aparte, ameritaría aquella brevísima pero contundente charla. Igualmente les acerco un extracto de los dichos de la vice, “ Hola querida, vos sos jovencita y esta es una “escuelita” complicada así que el único consejo es “a cara de perro…”.
Salgo desconcertada, camino por el corredor, y al mismo tiempo, un bullicio se intensifica inversamente proporcional a la distancia de mis pasos hacia la puerta del aula. Abro las portezuelas, reconozco que con un poco de miedo yyyyyyyyy, descontrol, casi generalizado, a no ser por tres niñas sentadas en la primera fila, que, supongo, se asombran de mi cara de desconcierto, el resto, ni se inmuta con mi presencia, algunas nenas corren a un chico que agita coleros en sus manos, como premios de guerra; otros alumnos colgados de la ventana parecieran balancearse en paralelas a modo de competidores del campeonato olímpico.¿Usted se interrogará dónde estoy? , al frente, y por primera vez en mi vida me siento invisible, inexistente; mi cabeza va a mil ¿qué hago? ¿quién me mandó a domesticar a estas dulces palomitas”? Usted señores /as lectores disculparán la caótica narración, pero quizás en ella puedan sentir lo que yo sentí.Una de las niñas me llama y yo vuelvo a tomar conciencia de la realidad, ella me dice, que la seño Judith en estos casos bastantes frecuentes, golpea el borrador en el pizarrón al son de gritos desaforados de “cállense, por el amor de Dios”. Yo por un momento me imaginé avejentada con vos chillona, golpeando el pizarrón e invocando el amor de un Dios, que si existe en este mundo caótico poca relevancia debe dar a estos asuntos.
Luego de varios minutos, mi cuerpo sólo atinó a salir del aula tratando de no correr: ¿reacción innata de supervivencia, quizás?.
Cerré la puerta, apoyé mi espalda en ella, y realicé el ejercicio de respirar en cuatro tiempos que mi profe de yoga con tanto ahinco y en posiciones extrañas trató de inculcarnos. Las estrategias, posibilidades y acciones venían a mi mente a velocidad de la luz, tratando de aplacar la ansiedad y la angustia del ¿qué hago?.Pero Oh!, el milagro se produjo sin la intervención violenta del borrador. Por supuesto que el viejo pizarrón agradecido de escapar a los golpes. ¿De qué milagro hablo se preguntarán ustedes? De pronto escuché una voz más potente que la del resto que recriminaba a sus compañeros diciéndoles que siempre por su culpa los retan: “ahora seguro viene la directora y nos bailan toda la tarde”, decía.El caos se autoordenaba, en una discusión de culpas de unos contra otros. Cuando la disputa empezó a tornarse candente ingresé al aula. De repente silencio absoluto, sí, ab-so-lu-to. Disfruté unos segundos del “poder”. Miré sus caras, una por una, cuando una voz desafiante preguntó ¿viene la vice?, ¡No! contesté monosilábicamente, y disfruté del control de la palabra; la verdad, es que lamento no recordar con exactitud lo que pronuncié, sólo recuerdo mi sentimiento de calma, de seguridad y del poder que ellos mismos transmitían. Creo que les mencioné que no eran unos bebés, ni yo su niñera, que quien no quisiera trabajar podía ir a molestar, a golpearse, etc., al patio; los recorro con la vista y siento que verdaderamente me escuchan, siento que quizás sin mi discurso, ellos sólos habían autovalorado su accionar. Otra vez el desafiante interpela -¿Y quién nos va a cuidar en el patio?- Yo respondo: -Nadie-, y por más que no los conozco me siento orgullosa de ellos, entonces comienzo la clase: me presento, organizamos las mesas en círculo y repasamos clases de sustantivos con un juego improvisado. El resto de la hora transcurre sin mayores sobresaltos.
Toca el timbre, alboroto de algarabía, los miro y el líder de siempre, me dice -¡bueeno seño, es el recreo largo!-. Me acerco a su oído y en una cómplice confidencia le susurro que yo también tenía ganas de gritar, me sonríe y corre al patio.En mi hora libre, libre es un decir, le cuento la anécdota a una amiga que también realizaba ayudantías y al relatar lo sucedido, me doy cuenta que la clase no empezó cuando yo tomé el control, es más que ni fui yo quien “impartió educación”, la clase empezó cuando decidí no golpear el borrador, cuando el grupo internalizó por su propia cuenta que debían adecuar su conducta “futbolera”: nos encanta a los maestros decir: “esto no es una cancha”, a la escuela.
Vuelvo de mis abstracciones y escucho a otras docentes opinar sobre cómo los chicos cada vez están peor, más irrespetuosos, etc. etc. . etc. De pronto una de mis colegas me increpa -¿y si se hubieran ido al patio?-. La verdad ¡no lo sé!, lo que sí sé es que mi estrategia improvisada sólo funcionó con ellos, por esa vez, y bien podría no haber funcionado.
El futuro es incierto y por más que ello nos angustie, ¿no está bien que así sea? Quizás la forma de enfrentar la angustia de la incertidumbre no sea con violencia ”borradoresca” sino creyendo en el otro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ExCELENTE PINTURA DE LA REALIDAD. SEBA