miércoles, 23 de abril de 2008

Primer Día

Carmen Luisa Moyano
Estamos en noviembre de 1949. Faltan pocos días para que finalicen las clases pero me han nombrado Maestra de Grado para la Escuela Nº 63 de Alpachiri y allá voy, a lo desconocido.
Mi primer día de trabajo es el veintiuno. El Director, don Federico Pérez Schilde, me presenta a los alumnos: un segundo grado, no recuerdo de cuantos niños, pero seguramente más de veinte. Luego me deja frente a ellos y así doy comienzo a mi tarea docente.
Ante mí, aquellos chicos que al término de un año de ser conducidos por una maestra cuya manera de tratarlos bien conocía, se veían ahora frente a un cambio que los tuvo expectantes, al menos aquel primer día.
También para mí, que me iniciaba, el momento era difícil. Después, poco a poco, conversación mediante, el encuentro se fue distendiendo y los vi dejar su inmovilidad y mostrarse más confiados.
Es conveniente decir que la mayoría de esos niños proviene de familias de origen alemán, más precisamente del sector de los llamados Alemanes del Volga. En su modo de hablar se nota la influencia del idioma que se practica en sus hogares y es comprensible que algunos hayan permanecido hasta tres años en primer grado, pues llegaban a la escuela sin saber palabra de castellano. Ese tiempo les había demandado ubicarse en la nueva situación.
La comunidad de los Alemanes del Volga es allí muy numerosa. La mayoría de ellos se dedica a tareas específicamente agrícolas, para las cuales la zona es particularmente apta. Es muy encomiable la dedicación de esta gente al trabajo, como también su preocupación porque sus hijos concurran asiduamente a la escuela. Tratan de estar cerca de quienes tienen costumbres afines a las suyas y hablan el mismo idioma que por cierto siguen practicando y es un poderoso vínculo de identidad. No obstante existe en ellos disposición a comunicarse con pobladores de otros orígenes de manera que se constituye una convivencia armónica, lo cual se advierte en el acercamiento amistoso y en el compartir celebraciones y fiestas.
Nosotras, docente jóvenes, asistíamos a los bailes, principalmente en vísperas de los días feriados. También en esas ocasiones se advertían las preferencias de la mayoría. Todo comenzaba con polka al estilo europeo de donde ellos procedían, pero la integración era perceptible.
En ese medio comenzó mi actividad al frente de alumnos. Muchos fueron los interrogantes que me planteaba, al par que alentaba esperanzas de realizar una tarea provechosa: todo un desafío al que habría de enfrentarme al año siguiente. Estaba iniciándome en un ámbito un tanto distinto del que ya conocía y al cual debería adaptarme.
Pero, en honor a la verdad, debo decir que fui recibida amable y afectuosamente. Me sentí como en mi casa durante los seis años que trabajé en Alpachiri. Con gran placer he vuelto varias veces en oportunidad de alguna celebración o aniversario. Siempre encontré en amigos y ex alumnos esa calidez del reencuentro para evocar días de feliz convivencia.

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