miércoles, 23 de abril de 2008

Terror al fracaso ante lo desconocido

María Laura Molleker
Transcurre el año 2007, soy maestra desde diciembre de 2006; todavía no me han llamado para dar clases y esto me tiene algo preocupada, porque si bien tengo muchas ganas de trabajar me siento mal con sólo pensar entrar a una escuela.
Hoy, a fines de mayo me llamaron de Designaciones para confirmar mis datos y me dijeron que seguramente la semana que viene me van a estar llamando; la adrenalina empezó a surgir.
Los días parecen eternos, este fue el fin de semana mas largo de mi vida; tengo miedo, alegría, ansiedad, un conjunto de sentimientos encontrados. Que raro ¿no? Todo esto por el hecho de pensar en dar clases.
Por ahí no deben estar entendiendo, pero me explico mejor, todo este miedo surge a partir de mi actividad como practicante, ya que tuve dos grandes experiencias, una fabulosa con un recibimiento y una estadía mas que acogedora y otra en la cual no nos echaban porque quedaba mal, donde nosotras éramos un total estorbo. Hablo de “nosotras”, mi pareja pedagógica y yo.
El día tan ansiado llegó, esta mañana (principios de junio de 2007) me llamaron para una suplencia común en primer grado, mi escuela primaria ahora no iré como alumna sino como maestra, esto me hacía sentir cómoda ya que conozco la escuela pero… una vez ahí pude comprobar que los años pasan y la escuela no es lo mismo cuando se es alumno que cuando se es docente; como era el turno tarde me recibe la vicedirectora. Le explico que es mi primer suplencia, y ella entre dientes dice; - ¡uh! Entonces cero experiencia y encima te tengo que mandar a primer grado; seguido agrega – como estamos en época de entrega de boletines encárgate de pasarlos a las especiales, también hablá con las del CAE porque seguro necesitan un informe para el boletín, ah! también “la otra” (la titular) no cerró registro así que encárgate. Le contesto muy cordialmente –bueno, gracias- y mientras salía de dirección me dice -no sé si te dijeron pero esta suplencia es por una semana.
Sí, una semana, en una semana tenía que dar clases, intentar conocer a mis alumnos pequeños que están empezando a escribir y por poco también no tengo que evaluarlos, difícil, pero bueno, con este panorama estaba esperanzada que mis compañeras fueran un tanto distintas… entro a la sala de maestros, saludo, nadie se dio cuenta de mi presencia, sólo una que pregunta; -¿vos sos la suplente de primero?. Digo, porque estás de turno.-
A no buenísimo, esto es el famoso derecho de piso; ahora entiendo porque tanto miedo, tanta adrenalina, con estas cosas “que lindo es ser maestra”. Esto pensaba antes de…
Entro al aula, mis pequeñitos alumnos eran los únicos que estaban ansiosos de conocerme, dentro del aula pasé una semana maravillosa; aunque dolió mucho la despedida, muchos lloraron preguntando porque esta nueva seño no se quedaba. A ellos parecía caerles bien.
Una nueva escuela me espera, ahora sexto grado, y ahora qué será de mí. Grandes, sí grandes; el recibimiento es prácticamente el mismo que el anterior, parece molestar un poco que esté recién recibida, las docentes hacen comentarios como: - y si querida vas a estar unos cuantos años haciendo estas suplencias cortas, ya que no tenés nada de puntaje- ah! me olvidaba de comentar que las docentes se presentaron como titulares de… interinas de… y suplentes funcionales de… y hasta estaban ubicadas en la mesa en estos subgrupos, lugar que yo no tenía, porque no hay un lugar para una suplente común. También estuve de turno el primer día, esto parece a propósito justo el día que llegás estás de turno.
Entro al aula, mas miedo aún, pero los chicos si bien charlaban mucho parecían estar interesados por conocerme; también pasé dos semanas maravillosas, pero nuevamente sólo dentro del aula.
Pasaron otras escuelas, suplencias de una, dos y hasta tres semanas, en todas mas o menos lo mismo, en el aula fantástico, pero con docentes y directivos la cosa no era igual. Si tengo que recordar a algunas docentes que no hacían como las otras, quejarse y quejarse, sino más bien se acercaban con la sola intención de hacer más amena la estadía en la escuela, pero éstas pertenecían a la minoría.
El 16 de agosto tomé una suplencia por todo el año, ahora tengo tercer grado, mis alumnos son divinos, sus papás son divinos, todo es perfecto con ellos.
Por ahí queridos colegas se sentirán identificados con esta vivencia, tal vez no, pero seguramente los he hecho remontarse a sus comienzos.
Si bien esto no es una fábula sino las primeras experiencias de una docente, de los muchos que somos, seguramente estarán de acuerdo conmigo con que esto sí tiene una moraleja: “el placer de ser docente es estar en contacto con nuestros alumnos, el único lugar donde el miedo desaparece es ahí, en el aula donde realmente sentimos la seguridad de haber elegido bien nuestra profesión, por esto y mucho más puedo asegurar con orgullo ¡que lindo es ser maestra!”

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