miércoles, 23 de abril de 2008

Sensaciones

Adriana Edith Álvarez
Me es difícil, tener que seleccionar una historia pedagógica, cuando en mis 23 años como docente, tengo guardadas en mi mochila cantidad de ellas.
Hoy te narraré una, opté por ella, por qué cuando me acuerdo, me da bronca, angustia y sentí por primera vez la sensación de aislamiento y desamparo.
Luego de deambular, por varias escuelas, como suplente, me titularicé en Doblas.
Transcurridos los dos años, solicito traslado a mi pueblo natal, Macachín.
Elijo la escuela donde concurrían mis hijos.
Me presento en febrero, feliz y con muchísimas expectativas, las cuales me duraron, por decir un tiempo quince minutos. Las miradas de mis colegas me hicieron sentir una suplente más.
Reunión con la directora y todo el personal. Que sorpresa… no podía creer que la persona que nos hablaba era la misma que yo como mamá, me parecía ideal como directora para la educación de mis hijos, cordial, predispuesta a solucionar los problemas que se presentaran, defendiendo a su personal, comunicativa, laboriosa.
Pero aquí, comencé a conocer la verdadera personalidad de ella: autoritaria y egocéntrica.
Transcurren los días, conocí a Patricia, colega con la que me toca trabajar, dulce, amable, comprometida con su trabajo y conteniéndome constantemente.
La situación no cambiaba, yo me revelaba y mal, por que no me sentía valorizada, ni como docente, ni como persona, sentía en carne propia el dicho “no hables, sos sapo de otro pozo”, nunca había sentido así.
Fue entonces, que al faltarme la percepción que los que nos tienen que proteger no lo hacen pero sí hacen diferencias entre las docentes antiguas por así llamarlas, puse en práctica la opinión certera de Patricia: Transformarse, reciclarse sin dejar de ser uno mismo.
Transcurrieron cuatro años y logramos juntas ser dueñas del tiempo y del lugar.
Pedí mi traslado definitivo a la misma escuela, continúo con la misma directora y con la ausencia de mi entrañable amiga y colega, ella logró también su traslado pero a otra escuela.
Mi lectura de esto, indudablemente es la sinceridad, espontaneidad, postura y confianza de nosotras mismas, y debo confesar que extraño el trabajo en equipo que realizábamos las dos, tomamos actitudes dinámicas de grupo, en cuanto a las propuestas, consignas, normas y afectos, que lograron facilitar los procesos para alcanzar mayor: productividad, gratificación y un cálido aprendizaje, a nivel individual y colectivo.
Entrecruzamos cansancio, nostalgias y alegrías; juntas leímos un día una frase de Plutarco que compartimos plenamente y fue en nosotras un desafío para ponerla en práctica: “La mente no es un vacío a llenar, sino un fuego a encender para iluminar. Esa es la tarea docente, mantener viva esa llama y avivarla día a día”.
Me queda el recuerdo de todo lo trabajado y vivido juntas, algo que valoro, extraño y es muy difícil de encontrar, esa pequeña y a su vez gigantesca palabra “equipo” en este caminar docente.

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