miércoles, 23 de abril de 2008

Juegos pacíficos

Analía Olie Colla
Soy docente de segundo año de EGB, me desempeño en el turno mañana. Como todas las docentes cuando llega la hora de los recreos cada una de nosotras tiene asignado un sector del patio para “cuidar” u observar, este puede ser el patio grande, los baños, las galerías. No importa el sitio que sea, pero allí debes estar, digo no importa porque en todos ellos se observa la violencia con que juegan los alumnos, de la manera en que salen de las aulas, pareciera como si uno los tuviera atados y los suelta al momento de tocar el timbre, salen despavoridos de ellas.
Pero también observo a qué juegan en el recreo y aquí me llevo una especie de sorpresa o desilusión pero ¿por qué? Si yo les pregunto a los niños para qué vienen a la escuela ellos contestan “para estudiar seño” y si les pregunto para qué están los recreos ellos contestan para jugar seño. Obvio que las respuestas son las que espero que me contesten, pero en ninguno de los dos casos son las reales.
Vuelvo a lo que veo en los recreos, unos se empujan, pegan patadas, se agarran, se gritan, y ante el llamado de atención por parte del docente nos contestan “si estamos jugando seño”.
En realidad como docente observo que los niños no juegan o juegan aisladamente, sin reglas claras, con agresividad, perdiéndose la posibilidad de disfrutar “con” el otro debido al desconocimiento de otros tipos de juegos.
Esta preocupación es observada y consensuada con otras docentes de primer ciclo. Para ello probé con repartir a los alumnos diversos juegos didácticos, los cuales me dieron resultado los dos o tres primeros días. Con el tiempo creo que estos juegos les dejaron de llamar la atención y nuevamente salían al patio.
Con la docente de la otra división elaboramos un proyecto denominado “Segundo crea su mundo” en el cual tratamos de recuperar la poesía que Elsa Bornemann clasifica como “lúdica” (del latín “ludicrus” relativo o perteneciente al juego).
Pero ¿Cómo se llevó a cabo? Una mañana, luego de tocar el timbre de entrada en la primera hora, les pedí a los alumnos que dejen todos los útiles y se formen en la galería.
Ellos asombrados y ansiosos preguntaban:
Alumnos: -¿Qué pasa seño?, ¿Dónde vamos? , ¿Qué vamos a hacer?-.
Yo les contesto: - Vamos a la sala de música-.
- ¿Para qué vamos a la sala de música? -.Dijo Lautaro.
- Vos no sos la seño de música-. Dijo Valentina-
Una vez allí, entraron y mientras que yo acomodaba el radiograbador, ellos se sentaron en el piso, en forma de círculo y me observaban. Se creó un clima de suspenso y hasta logré que hicieran silencio sin necesidad de pedirlo.
Presiono la tecla “play” del radiograbador y comienza a escucharse la canción “Se me ha perdido una niña”. La cara de desorientados de los alumnos era genial, ya que por un lado no tenían consignas para realizar, yo no soy la seño de música pero estamos en la sala de música y escuchando música. Luego de observar esas inolvidables caras comienzan a preguntarme: -- ¿Qué es eso seño?, ¿Para qué nos puso música?-
Les contesto:- En esta hora vamos a jugar-.
- ¿A jugar seño?- preguntaban aún desorientados.
A partir de ese momento, divido a los alumnos en dos grupos, los formo en dos líneas enfrentadas y les explico que era un juego que la seño jugaba cuando tenía la edad de ellos. Les explico cómo son los pasos y comenzamos, siempre acompañados por la música del grabador.
En el momento de formar la sillita entre dos niños para llevar a la niña, observo que no lo saben hacer, entonces cortamos la música y practicamos, mientras le indicaba como unir los brazos para formar una sillita, les causaba gracia y a su vez un poco de vergüenza.
Mientras jugábamos se me olvidó cortar esta canción y comienza la siguiente que es “Jugando al huevo podrido” y ante el pedido de ellos lo dejé.
Pregunté quién sabía jugar, sólo dos nenas, Valentina y Brenda, dijeron que ellas sabían. El resto se quedaban mirando, lo cual me llama mucho la atención. Considero que los chicos no saben jugar, solo copian conductas agresivas de algún programa de la televisión.
Finalmente, explicamos y terminamos jugando al huevo podrido, luego toca el timbre para el recreo. Cierro la sala y voy a mi sector asignado, los sigo observando. Algunos cuchicheaban, me miraban y se reían, entonces los llamo y los invito a jugar al huevo podrido.
Comencé jugando con cuatro nenas y tres varones, al vernos se fueron sumando y terminé con catorce.
Toca el timbre y vamos al aula, la alegría les brotaba en sus sonrisas. Les pregunto que les había parecido lo realizado en la hora anterior, mientras tomaba nota en el pizarrón de sus respuestas.
Luego, traté de hacer una reflexión sobre cómo jugamos en los recreos, qué es mejor para nosotros ya que de esa manera no nos lastimamos, no peleamos.
Volvió a surgir el tema de que eran juegos que jugaba la seño cuando era una niña, entonces quedo como tarea preguntar en casa ¿A qué jugaban mis papás cuando iban a la escuela?
Luego de indicar esa tarea continué con la clase de matemática, aún así se escuchaba a más de uno tararear la canción “Se me ha perdido una niña”.
Al día siguiente, al entrar a clase el primer tema que se abordó fueron las respuestas de los papás. De allí surgieron otros juegos como “La Farolera”, “Antón Pirulero”, “Puente de Avignón”, “Buenos días su señoría”, “La paloma blanca”, etcétera.
Esta propuesta, en realidad debería ser más asidua y sistemática, muchas veces los tiempos no alcanzan, los contenidos nos apuran y no se llevó a cabo en los tiempos asignados, ya que se iba a realizar cada 15 días, y obviamente nuestra presencia en todos los recreos, muchas veces no es posible. Sin embargo, fue una experiencia genial el poder compartir ese otro momento, en otro espacio no habitual.

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