miércoles, 23 de abril de 2008

El niño travieso

María Elisa Renaudo

Ocurrió en mi pueblo natal, ubicado al norte de La Pampa, de apenas 5000 habitantes, chico y cálido, del cual tengo los mejores recuerdos de mi infancia y de mis escuelas. La 76 como le decimos a la escuela primaria, con sus ventanas y puertas altas, antiguas, de más de 80 años. El secundario, un colegio de apenas 5 aulas, pequeño pero con profesores que marcaron mi futuro como docente.
Son ellos de quienes no me voy a olvidar jamás, por que tuvieron un gesto que me llenó de alegría. Hacía dos meses que me había recibido de Profesora en Ciencias Biológicas, todavía no tenía el título en mano. Era jueves y a las 14 horas, suena el teléfono en mi casa de Santa Rosa, donde resido, atiendo y me dicen:
- Buenas tardes, habla la secretaria de la Unidad Educativa, necesito hablar con María Elisa.
Yo respondo:
-Sí, soy yo-.
La secretaria:
- Te queremos ofrecer un 8º año en la asignatura Físico-Química.
Al escuchar me pongo nerviosa y no dejo a que termine de hablar y contesto:
-Pero yo estoy anotada para auxiliar docente y de secretaría no para estar frente a alumnos.
La secretaria:
- Sí, sabemos tu situación y te estamos convocando por propuesta para dar clase.
En ese momento me llené de alegría, el corazón me latía muy fuerte y las piernas me temblaban por los nervios y, sin preguntar los días y las horas dije que sí, acepté la propuesta ya que me encontraba desocupada.
Esa misma noche viajé a mi pueblo; la ansiedad hacía que las horas del reloj se alargaran. Cuando se hicieron las ocho horas de la mañana, entré a la escuela, saludé a todos y luego de darme la bienvenida, la directora me dijo:
- El lunes empezás.
Llegó el lunes 6 de marzo inicio del calendario escolar; ingreso a las14 horas y 40 minutos a la escuela y mis primeras palabras hacia mis colegas fueron:
- Me siento rara porque hasta hace unos años ustedes me daban clase y ahora compartimos la sala de profesores.
Sentirme rara era estar llena de emoción y entusiasmo por empezar a trabajar, por hacerlo en mi lugar natal y con gente que me había educado en los últimos años, antes que me fuera para ingresar a la facultad. A los minutos de estar allí toca el timbre indicando que se terminó el recreo para entrar a las aulas. Entonces busco a la auxiliar docente y pido que me acompañe hasta al curso. Estaba nerviosa pero trataba de disimularlo. Después de presentarme me calmé y todo salió normal a pesar de que era mi primer día de clase.
Todo transcurría tranquilo, viajaba todas las semanas 160km para reencontrarme con un grupo bueno que trabajaba y que hasta el momento no había tenido ninguna dificultad, pero llegó el mes de mayo y me surge trabajo en las escuelas de Santa Rosa; entonces tuve que poner en la balanza si me convenía seguir viajando. Después de días de pensarlo, difícil situación por los sentimientos de mi lugar de crianza, renuncié en mi pueblo e inmediatamente comencé a dar clases en 9º año de Biología en Santa Rosa.
Eran las 8 menos diez de la mañana de un viernes, afuera hacía frío y estaba nublado; adentro de la escuela estaba hermoso, o al menos eso me parecía a mí ya que estaba contenta por empezar a trabajar. Después de izar la bandera entramos al aula; me tocaba dar clase en el laboratorio donde tenía 33 alumnos, todos muy apretados. Feliz, me presento, intercambio diálogo con los alumnos, luego miro el pizarrón y me doy vuelta para poner fecha, título y comenzar a trabajar. En ese instante, estoy de espalda a los chicos, uno de ellos se para en una silla, pone Plasticola en las paletas del ventilador de techo y les pega un manotazo; cuando éstas empiezan a girar, desparramando la plasticota por todo el aula, cae en los bancos y en las cabezas de sus compañeros.
Asustada, sin conocer a los alumnos, llamo al preceptor, le explico lo que pasó y pregunto qué puedo hacer, a lo que él me responde:
- Ya me tiene cansado, vamos a ponerle un llamado de atención.
- Bueno- , le respondo, pero encárgate vos por que no sé como es el manejo, yo después te firmo.
Después de todo esto vuelvo al aula, retomo la clase y todo siguió normal.
A la semana siguiente cuando vuelvo al curso y no veo al alumno, pregunto por él y me cuentan que venía con problemas de la casa, que todos los días quería llamar la atención y con mi sanción fue suspendido por una semana de la escuela.
En ese momento me puse triste y pensaba que podría haber resuelto la situación de otra manera, pero analizando la poca experiencia que llevaba hasta ese entonces como docente, me di cuenta que me iba a enfrentar con muchas situaciones problemáticas durante mi carrera, algunas más fáciles de resolver que otras, pero que de todas algo tenía que aprender.
Esto me hizo reflexionar, ver la diferencia entre un pueblo y las escuelas de una ciudad. Yo, en mi pueblo conozco a los chicos, sé de sus problemáticas y los puedo ayudar, en cambio en la ciudad somos todos desconocidos.
Nunca pierdo las esperanzas de volver a mi escuela y nunca me voy a olvidar el largo paso como alumna y el corto paso como docente que llevo hasta el momento. Son recuerdos que tengo en mi corazón y estoy segura de que pueden pasar muchísimos años pero, yo, alguna vez voy a volver.

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