miércoles, 23 de abril de 2008

Una profesión que endulza el alma

Marcela Fabiana Paulino
Dicen que cada uno debe elegir una carrera por vocación para no equivocar el camino y fracasar, pero en mi caso particular esto no fue así. En un principio elegí la docencia por ser una carrera corta y que no requería un gran esfuerzo económico de mis padres. Además, por esos años ser docente tenía un prestigio social que con el tiempo se fue perdiendo.
Por suerte esta casi obligación de ser maestra se convirtió a lo largo de los años, y sobre todo por los alumnos, en la tarea que ejerzo con una enorme fe y una inocultable alegría, a pesar de las demandas que implica la docencia y de los múltiples roles que cumplimos hoy los maestros.
Mis primeros años en la profesión estuvieron marcados por un continuo devenir de instituciones -creo que tengo más aportes en la línea de colectivos que de jubilación- por lo que no lograba desarrollar un sentido de pertenencia en cada una por la que pasaba. Aunque nunca desistí en cumplir y disfrutar de la tarea diaria, a pesar de que algunas colegas me hicieron sentir notablemente y de muchas maneras que yo no pertenecía a ese lugar. Unas decían:
­_ “Los cursos son para las titulares” y no tenía la posibilidad de capacitarme.
_ “¡Uy justo esta semana estás de turno, qué mala suerte!” .
_ “Y tenés cartelera”, decía otra por detrás.
Y….si caías en fecha patria seguro te tocaba el acto, las glosas, la ornamentación… y dale que va. Había que pagar derecho de piso y encima llevar algo para compartir.
Cuando ya te estabas yendo te decían:
-“No te sientas mal estábamos bromeando”
Gracias a Dios siempre encontré maestras buena onda que ya habían pasado por eso y te decían:
_”No te hagas problema, no les hagas caso se creen las dueñas de la escuela”
Sí, sí es así.
Respeto al personal directivo no siempre la recepción fue la misma, algunas poseen calidez humana, otras asumen la dirección desde una postura autoritaria olvidándose que primero fueron docentes y exigiendo cosas que a veces me hacen pensar hasta qué punto la docencia nos afecta psicológicamente. Hablando de ello nunca olvido mi primera vez como suplente funcional en una escuela de jornada completa. Recuerdo un grupo de amigas extraordinarias, dispuestas a enseñarme y a ayudarme en lo que necesitara. Tenía a mi cargo las áreas de Lengua y Naturales de 6to año, los grupos eran muy piolas; pasábamos gran parte del día juntos por lo que rápidamente entablamos una relación de afecto mutuo. Fue un año tranqui hasta que llegó el final.
Como todos los niños, mis alumnos soñaban con su fiesta de egresados y yo…también. Y como de sueños se trataba pensé en la magia de los cuentos que a ellos tanta curiosidad les provocaba. Pensé en brujitas, fantasmas, hadas, sapos, arañas, varitas, escobas y en cuanto objeto mágico puedas imaginar. La idea fue comentada y a las chicas les gustaba y enseguida se prendieron. PERO… llegó el día de la reunión de personal donde teníamos que contar a la señora Directora cómo habíamos pensado el acto. Lamentablemente no lo entendió desde la magia, desde lo maravilloso, sino desde lo oculto, lo oscuro, lo satánico. No hubo forma de que entendiera nuestro proyecto, un NO rotundo “piensen otro tema” fue su última palabra y ahí quedamos todas desinfladas.
¿Qué hago ahora? Me preguntaba. Y así quedo el salón: corazones por un lado, estrellitas por el otro, en las nubes un solcito y en el fondo un arbolito. Para rematar el año mi suplencia terminó el 1º de diciembre.
Hace tres años logré una estabilidad cuasi laboral (suplente funcional en 1º año) por lo que pude desarrollar el sentido de pertenencia que tanto anhelaba.
Los sinsabores son muchos, especialmente en estos últimos años, nadie me preparó, ni a ninguno de mis colegas para manejar esta realidad. Hoy es muy difícil no ayudar a los que tienen un problema; hoy los chicos ya no aprenden en sus casas lo que antes aprendían; hoy se espera que la escuela ponga límites, dé nociones de respeto y de valores sociales. Aun así siento que no equivoqué mi carrera y que volvería a elegirla, ella me da la posibilidad de gratificarme a diario y a través de los años no dejo de sorprenderme ante la emoción, asombro y alegría de un alumno que logra leer sus primeros textos.
Ello se ve potenciado por el agradecimiento, cariño, confianza y apoyo de las familias que me acompañan a diario.
Un ramillete de frescos, tiernos y entrañables recuerdos, la inocencia de los niños, un montón de circunstancias y situaciones que van desde las más risueñas hasta las más tristes, hacen de mi profesión una de las más gratificantes (una de esas que endulzan el alma…)
Espero no contagiarme del desgano, desinterés, bronca, desaliento y este sentimiento de desorientación que siento en mis colegas. Estoy convencida de que un cambio es necesario y que con el compromiso de TODOS se puede lograr.
Alguien dijo que “querer es poder”, pero para poder hay que querer y creer profundamente en lo que se hace… y eso es SER DOCENTE!

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