miércoles, 23 de abril de 2008

Los contrastes de mis primeras experiencias

Nair Del Malvar
Todo comenzó el año pasado (mediados del mes de septiembre). Luego de tanto esfuerzo y dedicación, teníamos que recorrer la residencia ...miedos???. Un montón, más si les digo que me tocó “primer grado” mmmmmmmmmmmmmmmmm, y qué primerito!!!!
Unos días antes de comenzar fuimos a ver a la maestra para que nos diera los temas que debíamos planificar; nos comentó cómo era la dinámica del grupo, cuántos alumnos había y todo aquello que conlleva al día de clase.
Los niños/as sabían que íbamos, así que nos esperaban, al igual que nosotras, ansiosas. Entramos en el aula ...¡qué nervios! (yo me pregunto ¿cómo unos niños tan pequeños ponen tan nervioso a un adulto? ¿no?). La maestra nos presenta; ellos bien paraditos al costado del banco -hecho que puede resultar muy tradicional, pero como estaban parecían el Gato con botas de la película Shreck– unos dulces, saludan y toman asiento... Por supuesto que se escuchaba un pequeño bullicio, son niños y es entendible.
La maestra advierte que las sillas no alcanzan y sale en busca de ellas. De repente un alumno se acerca y me pregunta si puede decirle algo a sus compañeros.
-Por supuesto-, le contesté...
Tomé coraje y levantando el tono de mi voz les digo:
-A ver si hacemos un poco de silencio que un compañero va a contar algo-.
El aula de golpe enmudeció. El niño se para frente al pizarrón y comienza:
-“Yo quería decirles que a partir de ahora no me llamo más (supongamos) Juan X, ahora me llamo Juan M X porque mi papá me dio el apellido-.
No, no, no, no... no se imaginan cómo quedé luego de tal declaración. Los compañeros de un momento para el otro comenzaron a llamarlo por su nuevo apellido como si nada. Increíble el poder de adaptación ¿no?.
Todo esto sucedió en los primeros cinco minutos de mi primer experiencia como maestra. Imaginen cómo siguió el resto de nuestra residencia.
El grupo nos llevaba a mil por horas (perdón, no aclaré pero la residencia es en pareja) y pensar que antes de entrar estaba horrorizada. Era increíble la rapidez con la que adquirían los conceptos, el lenguaje que utilizaban. Si hubieran leído las producciones no podrían creerlo. El corto tiempo que estuvimos con ellos fue mágico, si algo se logró fue que me enamorara de “PRIMERITO”.
Si bien, todo tiene un final...mi camino por la docencia recién arrancaba y con muuuucho envión.
Ese año terminó sin demasiados sobresaltos, ¡ah, perdón...nos recibimos!.
El año entrante, que por cierto es éste, parecía prometedor. Y por suerte así fue. Al principio, como todo, debes esperar a que te llamen y, sabiendo que lo que vendrá, serán suplencias de corta duración, por lo menos al comienzo.
El día esperado llegó. Salía del Centro de Designaciones y fui a avisar que mi primer suplencia (cortísima, quince días había finalizado. Iba caminando sin pensar que el celular sonaría para semejante noticia:
-Hola, te llamo de la Escuela Hogar por la suplencia de un mes, con la posibilidad de que se extienda ¿la tomás?-.
Mi corazón latía a mil, era justo lo que quería, ir a trabajar a una Escuela Hogar. Con mis hermanos hemos sido alumnos de este tipo de escuela. Las escuelas hogares han formado parte de nuestras vidas, más en mis hermanos que yo, por cuestión de edad). Mi respuesta fue obvia. Sin saber ni si quiera dónde quedaba, contesté rápidamente, como si estuviera compitiendo contra alguien o si alguien podría meterse en la conversación, -¿sí, si la tomo!”- A partir de allí me dieron todas las indicaciones...”te toca primer y segundo grado, traé algún material porque acá no hay nada, son poquitos chicos pero el trabajo es constante...y bla ,bla ,bla...
Otra vez los nervios de punta. Para llegar a la escuela tenía que ir hasta un pueblito cercano a mi ciudad, de ahí salía el colectivo que llevaba a los alumnos, personal docente sin vehículo, cocinera, lavandera y también la comida de la semana. Llegué al lugar Los chicos estaban todos paraditos con sus familias y los bolsos aguardando la partida. Se hacía la hora, subimos y aquí comienza mi segunda experiencia.
El viaje no era largo en distancia, quedaba a 150 km de mi ciudad, se hacía largo por el mal estado del transporte. En medio de la ruta frena a esperar que lleguen dos alumnos de un campo (viajan en un tractor o a caballo hasta la ruta) y cuando toma la calle de tierra, ahí sí...”agarráte Catalina”...intransitable , parecía que nos íbamos a quedar encajados. Me contaron que en algunas oportunidades han tenido que bajar los chicos para que el cole pueda subir.
Y llegamos a la escuela, bien metida en el medio del campo, mirabas a la derecha y tenías campo, si mirabas a la izquierda no creas que ibas a encontrar otra cosa que no fuera eso.,..campo!. Estaban la directora, el maestro de quinto y la profesora de manualidades. Me presenté, me llevaron a conocer las instalaciones, y entre una cosa y otra se hizo la hora de almorzar.
Al otro día empezaría a trabajar con mis alumnos Entre los dos grados tenía 16.
7 de la mañana,¡ arriba!, oscuridad total. De golpe siento un fuerte ruido de motor y ...¿se hizo la luz!. Me acomodo, y voy al encuentro. Entro en el comedor, están tomando la leche; esperan que lleguen los chicos externos, son un grupo de 6 alumnos que viven en campos aledaños y todos los días una mamá los acerca a la escuela y se queda hasta la hora de salida. Llegan. Un alumno va a tocar la campana,. Salimos todos, forman, saludan a la directora, y ésta da la orden de ir al aula.
Los alumnos parecen animalitos, se chocan entre si, se golpean, se insultan, corren los bancos sin levantarlos ...Acá si que el bullicio y el ruido son grandes y aturdidores, pareciera que quieren hacerse escuchar en medio de tanta soledad.
Entro. Nadie deja de hacer todo aquello que dije recién que hacían. Dejo mis cosas en el escritorio; observo el aula (las paredes vacías, un aula limpia pero abandonada); cómo se distribuyen los alumnos, y finalmente decido pararme frente al pizarrón a ver si da resultado. Algunos se dan cuenta y empiezan a hacer silencio, pero de la forma en que lo hacen parece que pidieran lo contrario. Tomo fuerza, saludo y comienzo por presentarme. Les pido que se presenten: pregunto cómo trabajaban, que me cuenten cómo es la dinámica del grupo, pido un cuaderno de primer y uno de segundo para ver por dónde iban con los contenidos...y a buscar en” la galera “actividades, porque no habían dejado ninguna actividad como para pasar el primer día.
Todos los alumnos trabajaban los mismos contenidos y, a simple vista, los dos grados eran parejos...pero no!. Por suerte no pasó mucho tiempo para darme cuenta que había grandes divisiones en cuanto a la adquisición de contenidos por parte de los alumnos, y claro , al principio las clases para unos eran interesantes pero para otros eran totalmente aburridas La consecuencia es más que obvia...al aburrimiento le sigue el molestar al compañerito, no hacer nada, divagar por el aula, y todo comportamiento unido a un total desinterés por lo que yo daba. ¿Qué desesperación la mía!.
Era muy diferente a mi primer experiencia en primer grado, allá los chicos eran un avión, acá tuve que frenar, a considerar el aula como un tren con muchos vagones en los que viajaban distintos grupos, los más cerca de la máquina eran los más avanzados, el vagón que seguía un poco menos y así sucesivamente.
Además de maestra, tenía que ponerme en el papel de segunda mamá, de enfermera, de maestra recuperadora. No sé si decir que el trabajo es doble, sí puedo decir que es distinto. Por cierto también gratificante.
En esta escuela mi trabajo no pasaba sólo por lo pedagógico, había que ayudar a bañar a los chicos (en realidad cuidar las duchas), servirles la comida, esperar que se durmieran, prender y apagar el motor de la luz cuando estás de turno o guardia, limpiarles la cabeza, coserles alguna prenda por que su estado no puede esperar la salida siguiente (cuando se van a sus casas).
En lo pedagógico estás solo, no hay ningún grupo de apoyo para guiarte; los chicos necesitan otro tipo de ayuda especializada; uno hace lo posible por darla pero sabe que no alcanza. Una alumna de primero, hablaba como una niña de 4 años, también así escribía y leía. Cuando me doy cuenta de que, aunque su maestra la llevaba igual que al resto, tenía serias dificultades, entonces comencé a trabajar con ella de otra manera. Busqué actividades que fueran acordes a su nivel, cambié de estrategias, la buscaba en horario extraescolar para darle apoyo. A veces me desesperaba. La directora me recomendó que utilizara el método de palabra generadora, que probara a ver si daba resultado.
Cuestión que, un día me decido. Llevo una actividad en la que debía dibujar a su mamá, luego con cartelitos y todo lo que indicaba el método. Le presento la palabra MAMÁ, se la leo, la deletreo, le pregunto sobre las letras que la conforman y hasta ahí todo bien, cuando le digo.
- “Bueno, a ver ¿qué dice entonces acá? – señalando la palabra MAMÁ
la alumna me responde con toda seguridad:
-“¿BELLA! Señorita”-
En el momento tuve que contener la risa, luego quería llorar. Esta niña necesitaba una ayuda urgente y no era precisamente la mía.
Como verán, los contrastes son grandes, dos escuelas, dos primeros años, dos contextos. Lo importante es no olvidar nunca lo que somos y cuál es nuestra tarea más allá de los contrastes que nos tocan vivir.

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