miércoles, 23 de abril de 2008

Las apariencias engañan

Mirna Mariela Heimbigner
Después de veinte años de trabajar en una misma escuela, con las colegas de siempre, en una comunidad pequeña, amigable, muy conocida; tuve que trasladarme a otra totalmente diferente: a cuatro séptimos de grandes matrículas, personal desconocido, desempeñarme en Tercer Ciclo, cuando siempre trabajé en primero, todo demasiado distinto, distante…
Fui acercándome poco a poco (me costaba mucho), saludando, presentándome, tratándo de encontrar a alguien para entablar una conversación. El primer día fue corto, el segundo más largo, la semana interminable. Así comencé a trabajar,
En el grupo me llamó la atención la presencia de un señor con traje gris, serio, distante, frío. Era nada menos que el Director, mi Director. Esta confirmación me trajo mayor inseguridad. Desconcierto. Temor.
Me tocó el área de Lengua, trabajaba muchísimo, buscaba información, planificaba, realmente estaba desesperada.
Una mañana entré a dar clase. En una mesa del fondo lo descubro. Serio, distante, dispuesto a observar la clase. Creí morirme de pánico. Aún no sé cómo sonreí y cumplí con la clase del día.
Regresé a casa mal, preocupadísima. Otro día, el tema era Discriminación y había organizado la clase con una película. De nuevo su presencia intimidante, callada.
No aguanté más, tomé coraje y fui a dirección. Comenzar a hablar con él fue dificilísimo. Nunca me sentí tan sola.
Me preguntó qué inquietud me traía, le respondí que una sola, me sentía muy perseguida y no sabía si me estaba desempeñando bien; todo era nuevo para mí.
Me pidió que me sentara y me explicó que era la única docente que no conocía y a él le gustaba identificar al personal que trabajaba en su institución. Pero gracias a Dios le gustaban mis clases.
Poco a poco fuimos dialogando, compartiendo un mate en la hora del almuerzo.
Adquiría poco a poco confianza pero no podía superar ese sentimiento de miedo que sentía ante su presencia.
Pasan los días y me llama a dirección aquel señor de apariencia tan fría y distante.
Me pregunta qué me pasa que me nota preocupada.
Me siento mal- casi le grito- le respondí: me siento mal, me faltan mis amigas, mis colegas, mi hija mayor que fue a estudiar a La Plata.
¡Extraño todo! Le pedí permiso y me retiré porque realmente tenía ganas de llorar.
A mitad del año, tuve la desgracia de que se enfermó mi papá de gravedad. No daba más, hasta que mi marido me llamó porque mi papá me necesitaba.
Este hombre “El Director Serio”, me llamó nuevamente y esta vez me dijo: “nos conocemos poco, pero consideráme tu amigo, estoy para ayudarte, hoy te voy a pedir que te retires ¡Andá a cuidar a tu papá, que te necesita realmente y yo voy a atender a tus alumnos! En la vida tenemos que aprender a priorizar, hoy tenés cosas más urgentes que atender, hoy tu familia te necesita, yo puedo esperar a que te recuperes y encuentres otra vez la fuerza con que empezaste.
Gracias- fue lo único que me salió.
A partir de entonces me di cuenta que personas maravillosas hay en todos lados, lo importante es poder encontrar en cada uno lo bueno, lo significante, porque sé que todos los tenemos.
Esto me llevó a la siguiente reflexión: “Nunca juzgues a las personas por su apariencia exterior, ya que puede suceder que lo oculto sea lo más valioso”

No hay comentarios: