miércoles, 23 de abril de 2008

El dueño de la pelota

Eduardo Filgueira Lima
Poco sabía yo que lo que iba a vivenciar en aquella alejada región tendría connotaciones tan trascendentales para mi vida.
Lejos estaba yo de imaginar, tan sólo por un instante que aquel viaje en la frontera inicial de mi profesión me llevaría a recorrer caminos inhóspitos de tierra roja, sombras eternas, personajes místicos y sonrisas perdidas en la espesura de la selva; de niños que juegan y ríen sin saber que sus sonrisas estarían siempre en mi recuerdo acompañándome por el resto de mi vida.
Llegué a Misiones con el club donde estudié, acompañado de compañeros y del más ferviente deseo de experimentar lo que los libros nos contaban; el viaje fue largo y tedioso y con muchas ansias sabíamos a que íbamos pero no qué nos deparaba el viaje.
La profesora que nos acompañaba nos dijo:- Este grupo va a estar a 25 kilómetros de San Ignacio, en la Escuela N° 125, planifiquen con tiempo las actividades, los recursos, el tiempo disponible, etc.
Los preparativos para el viaje fueron pocos, ni nos imaginábamos lo que nos esperaba, noches de cielo brillante tal lentejuelas de bailarina, tan estrelladas que ni en sueños de mil y una noches podrían ser reflejadas, tierra de soñadores como Horacio Quiroga, tierra mística como el mítico personaje del pombero, peligroso como el yaguareté, que me despertaría en medio de la noche, tierra de sangre como la derramada por los guerreros guaraníes para mantener su independencia del yugo español.
Una vez en Misiones fuimos a San Ignacio, un pueblo chico que vive principalmente de la cosecha de sus tabacaleras y yerbatales, tiene sus ruinas, las famosas ruinas de San Ignacio una gigantesca obra hecha por los jesuitas en el siglo XVII , sujetos evangelizadores enviados por los reyes de España, su obra consistía en convertir a los indios en su afán varios perdieron su vida, los guaraníes eran básicamente guerreros, el dejar las armas a un lado no estaba dentro de sus costumbres ancestrales, los jesuitas ofrecían casa y comida a cambio de Dios y monogamia eso es lo que mas recuerdo.
A las 17 horas nos subimos en un camión de la municipalidad y hacia allí partimos la Escuela N° 125, nuestro grupo estaba integrado por cinco miembros cada uno con sus propias ideas y deseos de llevar a cabo la tarea programada, un poco más de media hora después de haber partido llegamos a una bifurcación de caminos y doblamos hacia la derecha haciéndose más angosto por la espesura de la selva, 2 kilómetros más y a nuestra izquierda se abría un claro donde se erigía la Escuela, por un lado se encontraba el edificio viejo, de madera con una enorme galería que la circundaba, maderas y vigas enmohecidas por el clima húmedo del lugar y el paso del tiempo, este era desde sus comienzos hasta hace poco tiempo el edificio donde se dictaban las clases. A pocos metros el nuevo edificio con varias aulas, comedor, pequeño salón de actos, cocina y ¡baños! como corresponde. Más allá toda de tierra colorada la canchita donde conocería mañana al dueño de la pelota.
Nos bajamos del camión, los compañeros que estaban arriba nos tiraron las mochilas y allí quedamos solos frente a este gran desafío.
Un bocinazo y el camión se fue, se acercaron hacia nosotros dos señoritas maestras de impecables guardapolvos blancos, ni me imaginaba que hacía dos meses estaban esperando nuestra llegada, el guardapolvo lo habían lavado y planchado para la ocasión.
Las dos señoritas se acercaron a saludar y a ayudar con los bolsos y la ropa y víveres que habíamos juntado durante seis meses para ayudar a la escuelita, a los pocos segundos salió el resto de la comunidad de la escuela integrada por otras tres maestras, el portero o encargado y su señora que además era la cocinera del establecimiento.
Cuando terminamos de acomodarnos ya era la tardecita, nos sentamos en el alar de la vieja escuela a tomar unos mates y degustar unas tortas fritas cocinadas para la ocasión. Nos preguntaron de todo así nos dimos cuenta de cómo era la vida en estas escuelas olvidadas de nuestro país, donde muchos maestros, lejos de las comodidades de la ciudad ponen su esfuerzo para que miles de niños aprendan; hay que tener temple de maestro y ojos de niño para estar allí, no es una vida fácil de ninguna manera, la soledad puede hacer que uno pierda la cabeza y hasta roce el filo de la locura. Un amigo dijo: -Que espíritu, yo conteste: - Es vocación.
La noche cayó y el cielo se fue encendiendo de un rojo atardecer hasta un infinito oscuro encendido de luces como hogueras lejanas en la cúpula celestial.
Llegó la hora de la cena , luego charlas y en medio de ellas ruidos extraños que nunca habíamos escuchado, Ludueña el portero nos explicó cada uno de los sonidos simplemente mirando la espesura y diciendo: - Mono, pájaro, ranas, yaguareté:
Eran realmente muchos, el viaje había sido largo y sin embargo el sueño no nos abrazaba, el ansia la sorpresa nos excitaba y así como así nos fue abrazando de a poco y mañana será un gran día. Anticipación había dicho la profesora así que nos levantamos temprano, preparamos el desayuno, y allí nos enteramos que para la gran mayoría de los chicos era la primera comida luego de una larga jornada de trabajo después de la escuela, pero eso no era lo peor no todos recibían el desayuno y paso explicar, la escuela tiene comedor, para poder asistir al comedor los chicos tienen que tener un hermano escolarizado, las familias tiene al menos cinco hijos otras hasta doce, uno va a la escuela y recibe el desayuno y la educación y a eso de las 13 horas el almuerzo con sus hermanos de hasta doce años, que vienen a tomar quizás el único alimento del día.
Allí venía un grupete de niños y en medio al que todos festejaban, un chico gordito rechoncho, descalzo y con la pelota debajo del brazo, ese me di cuenta era el dueño de la pelota.
Se acerco enseguidita nomás, nos vino a saludar y a contar que la pelota se la había traído el tío que vivía en Buenos Aires, dijo: - ¿Podemos jugar un partidito con los chicos?
Y allí se armo el partido, entre polvo rojizo y gritos se jugaba el partidazo.
Estos días que nosotros íbamos a estar en la Escuela íbamos a ser los organizadores de todas las actividades desde las ocho hasta las dieciocho horas.
Los alumnos venían a la escuela como podían, de a caballo, en burros, otros caminaban muchos kilómetros para llegar, todos solitos o acompañados por un hermano mayor, todos eran puntuales; para ellos nuestra estadía era una fiesta como cuatro días de juegos, eran sus vacaciones.
Lo que más me sorprendió de los chicos no era su color de ojos en su gran mayoría celestes y azules, ni que hablar de que todos eran rubios. Ante tanta desolación que a mi me parecía una amargura era para ellos su alegría, la alegría de ir a la escuela, de aprender, de tener otras cosas para hacer en lugar de trabajar.
Llegó la hora del almuerzo, un guiso con mandioca los asistentes a esta hora se habían cuadriplicado, invitamos a muchos a quedarse después del almuerzo pero tenían que trabajar, debían volver a la cosecha.
Los juegos continuaron todo el día, el dueño de la pelota no se me despegaba de mi lado, a la noche me enteraría porque, el asunto es que no era el tío el que se había ido a Buenos Aires, el vivía con su papá cuando era chiquito su mamá murió y el papá se lo dio para que lo cuiden sus hermanas.
Tarde por la noche nos acostamos a descansar y lo que pensábamos que sería una noche de sueño reparador se convirtió en una noche de vigilia, escuchamos ruidos y apareció Ludueña escopeta en mano, y sigilosamente nos alerto de la presencia de una yaguareté que buscaba hacerse de alguna gallina, se fue y al rato un disparo y un rugido que hicieron estrépito en la noche.
Regreso para tranquilizarnos que todo estaba en orden, disparo sólo para ahuyentar su presencia.
Realmente no descansamos, estuvimos medio alertas.
Llegó la mañana, el desayuno los mates y también la sorpresa el dueño de la pelota nos había traído pastelitos, que habían cocinado sus tías.
Allí entre mates hable por primera vez con el, un poco motivado por su historia, la que me atraía en forma singular debido a su crudeza, la situación de muchos chicos trabajadores y el momento en particular de mi vida en el que me encontraba.
Me contó sobre la escuela y su pasión por el fútbol, el dueño de la pelota, tenia 11 años, era rubiecito, de ojos azules, medio regordete, entrador, como que estaba un paso mas adelante que sus compañeritos, su pasión por el fútbol era además su meta, dijo que algún día se iba a ir a Buenos Aires a jugar en Boca el club de sus amores.
Quien sabe tal vez su sueño se haga realidad algún día.
Hablamos y aprendí mucho de la vida en aquel lugar, pronto llegaron algunos chicos, y se fue a jugar.
Otro día más de juegos, y sonrisas como detalle especial, del día recuerdo que hubo una disputa por la pelota que fue atendida por una de las maestras. El dueño de la pelota además era el arbitro y el juez de línea del encuentro, ese era el privilegio de ser el dueño de la unica pelota de cuero ADIDAS de toda la escuela. Así que había que estar de buenas con el sino no jugabas con esa pelota que picaba de solo mirarla.
A la tardecita se nos antojo a los Profesores caminar unos siete u ocho kilómetros siguiendo el camino angosto a fin de ir a una despensa cercana a buscar una cervecita.
- ¡Ni locos! (grito Ludueña)
Pocas palabras podrían describir la cara de sorpresa de nosotros.
· Bueno Don acompáñenos. (le propusimos).
· ¡Ni pienso salir estoy muy cansado! (nos contesto Ludueña)
A lo que una maestra le replica…….. :- No será que le tenés miedo al Pombero vos che?
- Bhaaa (Contesta Ludueña)
- ¿Pombero? (dije)
- Si, si (acoto la maestra), el Pombero, Ludueña cree que anda por esta zona del monte.
En realidad ni sabíamos de que nos hablaban y debíamos saber de que estaban hablando, solo por curiosidad pregunte: - Perdón ¿Qué es el Pombero?
Nos explicaron que era un enanito como un duende que andaba en el monte silbando y que si te descuidabas su silbido te hipnotizaba, hacia que te llevara profundo en el bosque, que el Pombero era un enano perverso y malvado, que preñaba a las niñas que se internaban solas en el monte, y muchas cosas mas que no hacían mas que adornar mas su misticismo.
La curiosidad mato al gato, :- ¡Perfecto! (dijo una de mis compañeras) ¡Entonces vamos!
Ludueña nos acompaño, no dejo de quejarse de tener que caminar catorce kilómetros por una cerveza, y encima el no tomaba. La verdad que con el calor que hacia y el día de trabajo cansador, una fue poco.
Para no regresar la noche siguiente llevamos de regreso un cajón, el que quedo en devolver Ludueña.
Ya de regreso, nos preparamos para ir a la cama, a dormir un rato, hacia mucho calor, nos fuimos a dormir con los colchones afuera, al alar, por una parte del techo se podía ver el cielo estrellado.
Dios se acuerda hasta de los chicos en estos lugares que parecen tan lejanos a nuestra realidad, les da alegría y esperanzas, entre pensamientos vagos me fui durmiendo.
En el juego de pelota se produjo otra pelea, el hecho es que hacerle un gol al dueño de la pelota puede costar una expulsión, como castigo ejemplar. Muchos deseaban que se pinché la bendita pelota, pero eso no pasaría, no había espinas y además la pelota era demasiado nueva. La solución seria entonces oficiar de arbitro, saque de mi mochila las tarjetas roja y amarilla, que aun poseo, y lo primero que hice fue emparejar las cosas, arme los equipos nuevamente, ya que del lado del dueño de la pelota estaban los que mejor jugaban, por supuesto, además del dueño era el D. T.
Allí se revelo, :- ¡No con mi pelota si no juegan no me van a venir a desarmar el equipo!
Inmediatamente saque la tarjeta roja. Lo envié al banco a que refresque sus ideas.
Mientras todos jugaban con su pelota. Ya hablaría con el. Mas tarde lo invite a jugar.
Así termino el partido, con todos jugando.
Luego del partido, lo llame para patear unos tiritos al arco, como una forma de acercarme, ya que estaba ofendido, y le dije que pateaba bien que era bueno y esas cosas, para que se me amigue de a poco, luego de una charla reflexiva ya era la hora. Los chicos se iban.
Al otro día no trajo la pelota, como que nos castigaba, pero no importaba, no íbamos a jugar al fútbol, habíamos preparado la despedida, muchos juegos grupales, torta para todos, hamburguesas, como en la Capital. El dueño de la pelota se mostró esquivo y a mis acercamientos, como al de las maestras, repetía por fin se van estos profesores asi traigo mi pelota, pero pensaba yo ojalá se le pinché así no trata mal a sus pares, despectivamente y con aires de mandón, la verdad era un fastidio para sus compañeros, La mayoría que lo soportaba tasaba a bajo precio su propia estima y, sometida a sus caprichos, sólo se conformaba con poco.
Lope de Vega inmortalizó la protesta de los mansos y oprimidos en su obra de historia y leyenda llamada Fuente ovejuna donde se muestra que a veces el derecho y la razón de los rebeldes es superior a la soberbia caprichosa de los mandones.
En el campito de la vida siempre existe un dueño de la pelota en todas las escuelas del país existe un dueño de la pelota, seria lindo que la pelota se reparta mejor.
Cuando esa tarde nos paso a buscar el camión, el Intendente de San Ignacio envió una bolsa llena de pelotas.

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