miércoles, 23 de abril de 2008

Experiencias para el olvido

Javier Villalba
Se inicia el Ciclo Lectivo 1995, qué incertidumbre no saber dónde iría a trabajar como docente este año, ya que desde entonces los tiempos son dificiles y con un solo cargo no alcanza. A pesar de lo bien que la pasábamos en la ruta para ir a trabajar a los pueblos vecinos y sobre todo en las escuelas, no era muy alentador semejante sacrificio.
Qué suerte, una mañana me convocan desde uno de los Institutos Privados de la localidad para ofrecerme un cargo de Auxiliar Docente, allí tendría a mi cargo al grupo de varones de lº a 5° Año. La emoción era enorme porque trabajaría por años sin moverme de la escuela y la localidad, era TITULAR. Grande fue mi sorpresa cuando el primer día de clases la Rectora pide a los alumnos que escriban situaciones que a ellos no les gustaban y para mi desagrado unos cuantos escribieron qué no les gustaba que les hayan puesto la figura del auxiliar docente ya que se sentirían observados y perseguidos por mi, por lo tanto todos tiraron el papel al tarro de los problemas y le pegaron fuego.
Con el correr de los días, la relación se fue afianzando con algunos alumnos y con otros fue una tortura. Todos los días un problema distinto, desde tirar bombitas de olor en cuanto Acto hubiera hasta hacerles pagar derecho de piso a los alumnos más chicos poniéndolos de cabeza en los inodoros. Había que luchar a diario con todo y con todos, chicos y adultos.
Cuando los chicos violaban las normas de convivencia, las sanciones tardaban en llegar, como auxiliar agotaba todas las instancias posibles de resolución de conflictos: charlas en privado con el alumno, con los padres, tutores de curso y autoridades del colegio, pero más de una vez no surtían efecto así que procedía a solicitar las medidas disciplinarias correspondientes que se aplicaban según la cara del cliente, no había que molestar a los padres porque si no dejarían de colaborar con la institución.
Tengo presente la situación de Mauro, alumno de 4° Año. Problemático si los hubo, con él no había estrategia que diera resultado, se pedían las sanciones y siempre llegaba el perdón, hasta que una mañana ni bien llego al colegio, serían 7, 15 hs. me llama la rectora para comunicarme que a Mauro no lo quería más en el colegio, le aplicaría las 25 amonestaciones para expulsarlo. Le pregunto ¿qué había ocurrido a esa hora cuando aún no habían ingresado a clases o si sucedió algo la tarde anterior en la clase de Educación Física a lo cual recibo como respuesta que "nada, lo hago por todas las macanas que se había mandado antes" ahí nomás le digo "esto es como pretender corregir a un perro días después que nos orinó la alfombra, si no se hace en el momento después no tiene sentido", muy suelta de cuerpo la monjita me dice "no importa a Mauro no lo quiero más aquí, prepará las amonestaciones y después del primer recreo lo llamás que se lo comunico" sin tener lugar al retruque procedo según las instrucciones dadas.
Cuando el estudiante sale de la rectoría, yo creí que estaba en presencia del mismo demonio, entra al curso violentamente y comienza a arrojar mesas, sillas, carpetas y todo lo que estuviera delante suyo, imposible calmarlo, si no me escondo detrás de una columna todavía estoy desmayado de un sillazo u otro objeto arrojado por Mauro. Nadie entendía nada, profesores y alumnos me preguntaban y yo respondía "no se lo sancionó en su momento y ahora no tiene sentido hacerlo"'más cuando por esos días, no digo que haya sido San Pedro, pero su comportamiento estaba bastante acorde a lo pretendido por nosotros. Los padres de Mauro son convocados a la institución para comunicarles tamaña decisión y luego de una larga reunión con la Rectora se retiran con el alumno a su domicilio. Lo gracioso de esto, es que todos pasamos por un momento muy desagradable para después de un tiempo ser reincorporado nuevamente, así es
como Mauro logra obtener su certificado de nivel medio y hoy es un gran jugador de footbal.
Otra situación que me impactó fue la de Franco, también alumno de 4º Año pero unos años más tarde.
Aquella mañana había transcurrido de lo más calma, nada hacía presumir un final como el que procedo a contar:
Imaginemos a todo el alumnado formado ya para retirarse a sus domicilios (serían unos 180 alumnos). Franco era el primer alumno de la fila ya que era poseedor de una contextura física muy diminuta.
En un momento dado y en medio del acto de acción de gracias Franquito comienza a tener actitudes un poco molestas, reía, charlaba, empujaba, pateaba a lo de atrás a lo que procedo a llamarle una y otra vez la atención para que deponga su actitud, pero el jovencito lejos de hacerlo continúa como si nada, terminado el momento de oración la Hna. Rectora le quería hacer entender que esas no eran actitudes de un alumno que concurría a un colegio religioso y que la próxima vez lo amonestaría.
Franco reacciona muy mal diciéndole a la monjita que se fuera a lo de la madre que la trajo al mundo, que no se iba a portar como ella quería, se acordó que tenía pene mandándola a succionárselo, creí descomponerme ante semejante situación, no podía creer lo que estábamos viviendo, nadie entendía esta actitud máxime cuando era un alumno que no daba tanto trabajo.
Franco se retira corriendo a su casa, tuve que quedarme a reunión para resolver qué se hacía. Acordamos en aplicarle las 25 amonestaciones para que el resto del alumnado no copiara estas actitudes, todo fantástico hasta ahí, pero a qué no saben qué ocurrió.. ..Franco ostenta título universitario.
Situaciones graves se vivieron a lo largo de todos los años que me desempeñé en ese colegio ya sea como auxiliar o como profesor. Hoy me pregunto qué será de esta institución, seguirán ocurriendo semejantes cosas o habrá cambiado, ya no me interesa, mi permanencia allí me costó seis meses de licencia sin goce de haberes y sostén psicológico para poder afrontar con entereza todas estas situaciones.

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