miércoles, 23 de abril de 2008

Mirando la docencia

Bárbara Carolina Eberhardt
Rememoro en el espejo de mis recuerdos y me asombro del bagaje de mis pensamientos. ¡Cuán distinta es la mirada de la educación desde los distintos polos: el del alumno y el de profesor!
En mi historia personal, algunos maestros dejaron huellas importantes, sonrisas invaluables, como la seño Nancy de jardín o las hermanas María Julia y María del Carmen en 1º y 2º grado. Eran personas sumamente dulces y extremadamente cariñosas! Con ellas empecé a amar la docencia. Mezclaban enseñanza con cotidianeidades de la vida, por ejemplo María del Carmen nos contaba que todas las mañanas se maquillaba, pasara lo que pasara, hasta dormida para llegar linda a la escuela y entre tanto nos tomaba el abecedario. Nosotros quedábamos boquiabiertos por su presencia y dedicación.
También hubo otros que dejaron huellas, aunque no tan tiernamente. Eso pasó con la seño de 4º grado, que por charlar con una compañerita, me mandó al rincón, me puso en penitencia. “¡Te vas!!!”, me dijo gritando. Yo estaba apabullada, no entendía ¡¡¡cómo a mí que siempre me portaba bien!!!. Me habían mandado al rincón!!! Estaba desesperada, muerta de la vergüenza. En realidad, fue una estrategia que usó para organizar un juego en el que yo era la protagonista.
Si bien el juego me gustó, creo que la estrategia fue bastante cruel! A los 9 años sentí que se me acababa el mundo!
Otros docentes, claro, pasaron desapercibidos y muchos…a esos mejor olvidarlos…
Ahora me pregunto: ¿Qué imagen daré yo a mis alumnos? ¿Sembraré huellas dignas? Si bien mi experiencia no es mucha y estoy transitando el camino del aprendizaje, tengo pequeñas anécdotas que no puedo dejar pasar, como aquel día que tomé una suplencia común en un nocturno. Cómo olvidarlo! Al entrar al aula advertí que uno de mis alumnos era travesti. Coqueta y arreglada sobresalía del resto. Nadie me había dicho nada…
Me doy a conocer, presento mi espacio y luego les doy lugar a ellos para empezar a conocerlos y romper el hielo. Uno a uno decía su nombre y comentaba brevemente su vida. Al llegar el turno de mi alumna especial dice “Yo soy Rita, tengo 24 años, trabajo y nada… quiero terminar el colegio porque me parece importante para conseguir un trabajo mejor o quizás seguir alguna carrera”
Finalizando la clase procedo a mirar el listado de alumnos para poner la asistencia. Pero las cuentas no me daban! Miraba y volvía a mirar. Una y otra vez recorría el listado y los alumnos. No había caso, me sobraba un alumno en la lista. Cansada y con tono desafiante digo: ¿¿¿¿Pero quién es Pedro González???. Ay!!! Yooo! Dice Rita e inmediatamente su compañera de banco dice: “Ella!!!. Todos desesperados y apurados por tapar mi metida de pata!. Aunque con tono indiferente y mirada despreocupada logré zafar del incómodo momento. Bueno, a cualquiera le puede pasar.¿No?
Salvando este pequeño desliz, fue una experiencia bárbara, un grupo muy comprometido y dedicado que me hizo sentir que lo que yo les estaba enseñando era importante y que mis palabras quedaban resonando en sus mentes. La materia que les daba era Psicología y constantemente me preguntaban inquietudes acerca de la personalidad y lo relacionaban con sus vidas. Se abrieron en cuerpo y alma confesándome sus problemas e intimidades.
Lo cierto es que hoy por hoy, yo soy la responsable de introducir nuevos conceptos en quienes viven el día a día, quienes aguardan expectantes, desafiantes, la palabra del Otro, el apoyo, la enseñanza…Enseñanza en ocasiones coartada, frustrada, dañada, desgastada.
Ante esto no bajo los brazos, me animo, me arriesgo, me lanzo hacia la vertiginosa realidad. Para ello, pongo en juego los papeles en los que me tocó actuar, apostando al gran desafío…desafío de educar.

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