miércoles, 23 de abril de 2008

Las residentes

Mónica Liliana Capello
Eran las cuatro de la tarde y se acercaba el momento.
Todo tenía que salir perfecto.
Así como lo pensamos los docentes: ¡perfecto! Eso que nos sale de adentro, que ni siquiera sabemos de dónde viene (¿o sí?) pero que ahora estamos en condiciones de superar. Al menos yo lo intento.
Las cosas tenían que salir bien. Para esto no hubo ensayo, pero sí complicidad.
Las víctimas eran cuatro. Cuatro jóvenes e indefensas criaturas terminando su residencia en esta cueva de brujas, que al principio no notaron porque las escobas las escondíamos en el armario.
Para despedirlas algo tenía que pensar. No se podían ir así como así, como que terminaban y nada más.
Cada una de ellas había pasado por mi aula dejando una huella en cada uno de los niñitos y también en mí. Supe recordar mientras transitaban, mi residencia. Mis idas y venidas. Interminable…! Buen…!!
Pero… ¿¡Qué hacer!?
Así, creo, recordé mis años de trabajo administrativo en la Facultad de Ciencias Económicas y las palabras dibujaron solas una resolución. Una resolución con VISTOs; CONSIDERANDOs; ARTÍCULOS y COMUNÍQUESE Y ARCHÍVESE. Todo como corresponde.
Hasta tenía sellos chicos, rectangulares, ovalados, de esos que cuando uno los ve… ¡impresionan!
Los sellos los había conseguido por medio de la gentil Vicedirectora, cómplice del maltrato. También había pensado: a la Directora: NADA. No lo tenía que saber. Así se tornaría más creíble.
Las firmas que acompañaban a algunos sellos, espectacularmente diseñadas, le daban un toque de autoridad autoritaria.
En uno de sus artículos, la resolución expresaba, palabras más palabras menos, que por acuerdos ministeriales, la residencia de extendería un tiempo más (creo que era un mes más).
Eran las cuatro de la tarde y tenían que reunirse con la directora para conversar sobre el tema.
Las expresiones de cada una de nuestras, ya, colegas, eran indescriptibles. No podían creer que algo que estaba finalizado tuviera continuación e ingenuamente, camino a la dirección iban acomodando sus fundamentos para hacer reclamos.
Al llegar al lugar de la cita, cada una con un ejemplar fotocopiado, irrumpieron milagrosamente calmas para hablar con la Directora que nada sabía al respecto., y, por lo tanto, tampoco podía responder a sus preguntas.
Poco a poco se fueron disipando las nubes, apareció la broma, entre llantos y algunas palabras que sirvieron para esa ocasión, pero no para reproducirlas.
Luego, abrazos, felicitaciones y el mejor deseo en este tránsito del enseñar y el aprender.

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